"Yoconmigomitis aguda"

Aloma Riera.


Según detallados estudios del área de enfermedades contagiosas del departamento de sanidad de nuestra empresa, durante estos últimos años y debido a una serie de factores, nuestra sociedad ha ido incubando una nueva enfermedad que, al parecer, podría tener graves consecuencias. Se trata de la hasta ahora desconocida yoconmigomitis aguda.

¿Cómo detectar un posible caso de yoconmigomitis aguda? Sus síntomas son claramente visibles. Para empezar, ésta enfermedad crea en los afectados una tendencia obsesiva a mirarse el ombligo. Dicha labor puede ocupar horas y horas de su actividad diaria y suele desembocar en grandes depresiones o crecidas jaquecas. Los casos graves de yoconmigomitis aguda buscan consuelo en la tarjeta de crédito. Sin embargo, los pacientes vuelven a caer en depresión al hacer las cuentas de final de mes. Otro síntoma habitual son los constantes cambios de amor. Sí, sí, no es un error tipográfico: cambios de amor, comúnmente definidos como “ahora me interesas y te quiero; ahora me sobras y te odio”. Sin embargo, el síntoma más visible y el que se pone de manifiesto con más agudeza es la constante lucha por cumplir al pie de la letra la ley del mínimo esfuerzo. Un caso grave de yoconmigomitis aguda es capaz de morir de hambre antes que levantarse del sofá para ir a la cocina; cuestión de principios.


¿Qué hacer con los casos extremos de yoconmigomitis aguda? Lo primero que se debe hacer es buscar, en el lado derecho de la cabeza del pacienbte, el mando de control del modo de vida. En la mayoría de los casos, el problema es que está en modo yo; seleccione el modo nosotros y pulse aceptar. En caso de que el mando de control de modo de vida esté atorado, no intente arreglarlo usted solo, no se haga el héroe: acuda a un médico experto. Si ni así funciona, no se desespere, póngalo en la caja CPHD (Cosas Para Hacer por parte de Dios) y espere cuatro o cinco días. Después, extráigalo con mucho cuidado; con toda seguridad, estará sanado.
¿Cómo prevenir esta enfermedad? Evite todo contacto consigo mismo. No se ponga en situación de riesgo: no se quede solo en casa si existe la posibilidad de hacer vida social. En caso de imposibilidad de salir, dedique su tiempo a alguna actividad constructiva que mantenga su yo alejado. Tenga en cuenta que su yo no descansará, estará siempre vigilante para cogerle desprevenido; manténgalo a raya. Sí se siente en peligro, tome una dosis de vitamina G.100 (Generosis 100). La yoconmigomitis aguda es muy contagiosa, de modo que se recomienda que aquellas personas propensas a caer enfermas se mantengan alejadas de los afectados para evitar una epidemia.


Se calcula que el número de personas contagiadas alcanza a más de un 70% de nuestra población y va en aumento. ¡Ayúdenos a prevenirla!
Para más información consulte nuestra web: www.enfermedadesdelcorazón.com

(Nota: este artículo es alegórico y la página web proporcionada, inexistente)

"Problemas del corazón"

Rafael Contreras.


José se había metido en un buen lío. Estaba sentado en el despacho del director, mientras éste lo contemplaba con la espalda apoyada contra el respaldo de su asiento y a la espera de una explicación que justificara aquel comportamiento.
-¿Y bien? -preguntó de nuevo don Juan-. Me vas a decir de una vez qué ha pasado.
José miró le miró a los ojos. Era un alumno aplicado que nunca se metía en líos ¿Qué le estaba ocurriendo aquel curso? Estaba en segundo de Bachillerato y era el momento de sentar la cabeza, pero en él la situación era la contraria: le habían expulsado varias veces de clase, habían descendido sus notas e, incluso, se había peleado. Y no con cualquier persona: se trataba de su mejor amigo, Mario Delgado, el que una vez fue como un hermano para él. Quizás eso era lo peor de todo. No el ojo morado si no que Elisa, la chica que le gustaba, se hubiera enterado de lo que sentía por ella. Porque de eso se trataba: José había depositado su confianza en Mario, confesándole su amor por Eli, y éste se lo había contado a la adolescente. ¡Le había traicionado! Y eso era lo más doloroso para él.
Pero no podía contárselo a don Juan. Sería ponerse en ridículo. Debía asumir en silencio las consecuencias de los actos cometidos.
Ante su silencio, el director decidió cambiar de táctica:
-Me extraña que un alumno con una trayectoria tan ejemplar como la tuya, se comporte de esta manera. ¿Qué es lo que te pasa, José? ¿Hay algún problema en casa?
El adolescente negó con la cabeza. Don Juan jamás lo entendería.
-¿Acaso estás enamorado?
La pregunta cogió por sorpresa a José, que dio un respingo mientras una mirada de triunfo asomaba a los ojos del director.
-¿Tiene Mario algo que ver con esa chica? Deduzco que sí. Mal de amores… Bendita juventud -para su sorpresa, don Juan sonreía amablemente-. Yo también fui joven.
José no dijo nada. Se sentía demasiado abochornado para hablar.
-Me extraña vuestra pelea, porque tenía entendido que erais muy amigos…
-Él se lo contó -soltó de improviso-. Le dijo lo que sentía por ella. Traicionó mi confianza después de todo lo que he hecho por él.
-Así que creías que era tu amigo y te ha demostrado que no es así -se echó hacia delante-. En la vida, José, te encontrarás muchas personas que te decepcionarán. Y te dolerá si antes las apreciabas, pero para eso está la juventud, para aprender. En cuanto a la chica, en la adolescencia os cuesta mucho controlar los impulsos que provoca el amor.
José permaneció mudo. Sobraban palabras para negar lo evidente y estaba sorprendido de que don Juan, al que en el colegio apodaban “El Carroza”, pudiera comprender los turbulentos sentimientos que copaban su interior.
-Sin embargo -continuó-, una pelea es una falta grave y, por ello, tendrás que quedarte un día en tu casa, reflexionando sobre lo que has hecho, al igual que Mario. Llamaré a tus padres, explicándoles lo sucedido y tú les contarás lo que creas conveniente. ¿Entendido? -José asintió-. Bien, ya puedes irte.
El joven se levantó y se encaminó hacia la puerta, pero antes de salir del despacho, sintiendo que el peso en su culpa se atenuaba, se volvió y, con una sonrisa, murmuró:
-Gracias, Don Juan.
-Es mi trabajo -replicó el director por toda respuesta.

"Que nadie duerma"

Rafael Contreras.



Lucio sudaba frío.
Envuelto en aquel traje de etiqueta y tras el telón del escenario, se aclaró la garganta por enésima vez, sintiéndola cálida y dispuesta a la tarea que le esperaba: interpretar el Nessum Dorma.
Cuando comenzó a ir a clases de canto por sugerencia de sus padres, jamás pensó que llegaría a interpretar en público, sino que se lo tomó más como un pasatiempo para desconectar de los estudios. Pero la profesora que le asignaron, consciente del potencial del adolescente, decidió programarle una actuación. Y no en un sitio cualquiera sino en el propio colegio de Lucio, delante de todo el alumnado.
Ahora, cinco meses más tarde, se iba a encontrar delante de casi mil personas, en su mayoría conocidas, que verían y juzgarían el trabajo y esfuerzo realizado. Eso sin contar las risas y burlas que seguirían a aquella noche. Sacudió la cabeza para apartar aquellos pensamientos de su mente. Debía concentrarse.
Antes de darse cuenta, habían pronunciado su nombre. Los pies lo guiaron hacia el entablado. Miró a la audiencia, oscurecida debido al efecto de los focos. Sin embargo, alcanzó a distinguir rostros familiares, aburridos, expectantes y, simplemente, indiferentes.
El silencio se adueñó de la sala y, de repente, su mente se despejó.
Comenzó con las primeras notas, repitiendo el nombre de la canción, aquella melodía italiana que conocía tan bien, controlando en todo momento el aire de sus pulmones y regulando el tono que imprimía.
La canción discurrió como la seda, hasta que llegó el Do de pecho. La parte más difícil, aquella con la que incluso Pavarotti, el mejor tenor de todos los tiempos, había tenido problemas. Pero Lucio no se amedrentó; inspiró hondo y entonó, entonó, hasta que sintió su garganta tensarse y los pulmones le parecieron estallar a causa de la presión.

Y lo consiguió.
Alcanzó el tono y el tiempo, alargando la palabra “vincero”, (que significa “venceré”) que marcaba el final de la pieza.
Una salva de aplausos sacudió el salón de actos. Lucio sólo pensaba una cosa: había conseguido interpretar Nessum Dorma sin vacilación alguna.
Y esa, sin lugar a dudas, era la mayor victoria de todas.

"Rencor"

Fernando Vílchez.


Gabriel no se decidía a salir al rellano. Había visto las escaleras, parecidas a las de su edificio, desde las que bajó a la calle a recoger el cuerpo frío de su hija.

<<Debería volver a casa>>, pensó. Pero inmediatamente se arrepintió de la idea. No quería, cada vez que salía a la calle, que se le volviera a repetir la imagen de Claudia tirada en la carretera.
 

Dejó el paraguas en el ascensor. Se lo había regalado Olivia, su mujer. El año que siguió a la muerte de Claudia fue muy duro para ambos. Olivia no soportaba aquel rencor hacia el asesino de su hija. Decía que tenían que seguir adelante. Pero él no podía superarlo. Aún recordaba la última frase que le dedicó a su esposa:

-¡Vete! !Yo me quedaré con el recuerdo de nuestra hija mientras tú nos abandonas.
 

-Estás loco.
 

Y le soltó una bofetada.

Le había costado averiguar dónde vivía Martín Alcázar, pero no tanto como comprar una pistola en el mercado negro. En cuanto cumpliera su uso, desaparecería en el fondo del río.
 

Recordó los movimientos que le había enseñado Adrián, un ejecutivo aficionado a las artes marciales.
 

Gabriel estaba convencido de que investigarían más la muerte de Martín Alcázar que la de su hija, atropellada por aquel borracho. El juez dijo que el alcohol era un atenuante para su condena. Sólo había permanecido ocho meses en la cárcel.

Finalmente, llamó al timbre.


Tras unos segundos de espera, la puerta se entornó.


-¿Sí?...
 

Era la voz de Alcázar, no cabía duda. La recordaba desde el juicio.
 

Gabriel embistió la puerta

-Pero, qué... -Martín Alcázar cayó hacia atrás y se golpeó la cabeza con un mueble.
 

-¡Asesino!...- Gabriel sacó la pistola y le apuntó a la cabeza.
 

-Por favor... -comenzó a llorar. Lagrimas que, seguro, no derramó cuando mató a Claudia-. Fue un accidente. Ella se me echó encima...

-Mataste a mi hija.
 

-No hay un sólo día que no me despierte asustado por la imagen de Claudia. !Ya no he vuelto a beber! Por favor... -su voz se fue debilitando.

-Mataste a mi hija. -Le apretó la pistola contra la frente-. Y yo te mataré a ti.


-¿Papá?


Gabriel apuntó al lugar de donde provenía la voz.
 

!Papá! -gritó una niña.
 

-¿Claudia?... -dejó escapar entre los labios.
 

-Hija -gritó Martín Alcázar-. Vete de aquí.

Sin embargo, Claudia corrió hacia su padre. Gabriel no podía reprimir las lagrimas. Claudia estaba viva...
 

-!Claudia!... -Fue a abrazarla, pero la niña pasó de largo y se lanzó a los brazos de Martín Alcázar.
 

Entonces reparó en que aquella niña no era Claudia sino la hija de su asesino.

Gabriel los vio abrazados, llorando, esperando a que él los ejecutara. Pero Martín Alcázar ya no era un vil asesino sino un padre de familia asustado.
 

Avergonzado, echó a correr por las escaleras y salió del edificio. Igual que cuando encontró a su hijita muerta. Pero, para su sorpresa, fue la primera vez en dos años en que no vio a Claudia tirada en la carretera. Entonces, se arrodilló en el suelo y comenzó a llorar.

"Siente a Berlanga en su mesa"

José María Jiménez de Vacas.


¡Viva Berlanga! Ese fue el grito unánime. Todos han llorado el reciente fallecimiento de este maestro del cine. Pero no siempre fue así. La realidad es que Berlanga fue un individuo incómodo, tanto para unos (las clases acomodadas que le criticaban por sus sangrantes críticas al sistema, al régimen imperante), como para otros (intelectuales de izquierda, molestos por no poderle etiquetar como a uno de los suyos). El genio jamás cometió la torpeza de seguir a éstos o a aquellos. Se consideraba al margen de todas las corrientes, por considerar que anulaban por completo al individuo. En cuanto a los comentarios despectivos sobre su obra, es cierto que nunca se sabrá qué hay de Berlanga y qué hay de Azcona en las películas en las que brilló este tándem. Lo único cierto es que, por separado, nunca alcanzaron las cotas de excelencia que lograron juntos, en la que probablemente sea la más fructífera colaboración de dos artistas españoles desde Buñuel y Dalí. Era una relación en la que cada uno se alimentaba del genio del otro.
Lo que a día de hoy resulta absurdo es acusar a Berlanga de mal director, o de carecer de estilo propio. Puede que su pecado fuera el de la falta de pretensiones, el mismo que, según parece, cometieron directores como John Ford o Clint Eastwood; el pecado de querer narrar sin pomposidad, sin verse obligado a demostrar continuamente lo mucho que sabía de técnica cinematográfica. En otras palabras, su objetivo no era el de revolucionar el lenguaje del cine, sino el de contar una historia, a ser posible, sin aburrir al respetable. Quizá por ello fue denostado por los sectores más pedantes de la crítica especializada. ¿Berlanga carece de estilo? Falso. Prueba irrefutable de ello es que, actualmente, es de los pocos artistas cuyo nombre se emplea como adjetivo para calificar determinadas situaciones. Una situación “berlanguiana” es una situación surrealista, absurda, caótica, con ese humor tremendista tan español. El suyo está a la altura de otros adjetivos, como “quevedesco”, “valleinclanesco” o “goyesco” que, a mi juicio, podrían reunirse en uno solo: “español”.
Berlanga supo como nadie dar con la clave de todo gran director: situar la cámara en el punto exacto. En sus encuadres no hay desperdicio. A la acción principal, que el espectador ve en un primer plano, se une el segundo término de la escena, aquel en el que el director encontró su seña de identidad con otros personajes, irrelevantes para entender la trama, pero indispensables para conocer el universo berlanguiano, plagado de absurdos y momentos rocambolescos.
Por lo que se refiere a su filmografía, todos coinciden al destacar su trilogía de oro: “Bienvenido Mr. Marshall”, “Plácido” y “El verdugo”, tres obras maestras que brillan con luz propia en una cinematografía, la española, escasa en este sentido. Sigue sin explicarse cómo pudieron sortear el obstáculo de la censura. Si la primera se convirtió en un testimonio de la posguerra española, en un documento histórico sobre la mentalidad de un país que salía de su aislamiento internacional, las otras dos son un implacable alegato contra el régimen franquista. La figura del pícaro, tan destacada en la literatura del Siglo de Oro español, cogió un nuevo impulso con el cine de Berlanga y, especialmente, con estas tres cintas.
Billy Wilder, con quien el genio de Berlanga ha sido comprado en alguna ocasión, comentó que, para decir la verdad, la clave está en ser gracioso. Con respecto a ésto, el cine del maestro valenciano cuenta con un humor corrosivo devastador, que congela la sonrisa en la cara del espectador durante todo el metraje. Lo que nadie se espera es el puñetazo en la mesa que da al final de cada una de sus películas, porque sus finales son siempre amargos y crueles, como si el propio director mirara a los ojos del espectador y le dijera: “La vida va en serio, no tiene ninguna gracia”.
Desde aquí, mi más sincero homenaje: Berlanga ha muerto, ¡viva Berlanga!