"Otras princesas"

Lourdes García Trigo.





-¡Oh, mi princesa, la de largos cabellos dorados, la de la pálida tez de porcelana, la de los labios rojos cual carmín! ¡Oh, vos, mi princesa! ¡Lanzad vuestras trenzas de oro para que pueda subir a contemplaros!
A partir de ese momento, todo fueron tropiezos. Pero qué príncipe más extraño, pensaba la princesa. Para qué subir por mi pelo existiendo las escaleras. Qué príncipe más atravesado. Empezó alabando sus ojos -detalle no disgustó a la dama-, pero luego se interesó por las cosas más inverosímiles: quería saber si una bruja maligna o un duende malvado la mantenía secuestrada en la torre. ¡Qué gesto puso el pobre al enterarse que la princesa vivía feliz con sus padres! ¡Qué desesperación al saber que el reino desconocía la magia!
Continuó preguntando si, tal vez, algún dragón rondaba con perversas intenciones hacia su delicada persona. El caballero no parecía entender que la princesa dedicara las mañanas al latín y al piano, y que por las tardes se reuniera con sus amigas para bordar. Le faltó tiempo para deslizar una excusa y pretender salir volando sobre su blanco corcel, cuando la dama aseguró firmemente que en su reino no existían las perdices.
¡Pobre príncipe! No había manera de comprender a las princesas. Había hecho todo lo que pedía el libro y, aún así, no encontraba esposa. Pero, cómo podía amarlas si ellas no entendían lo más elemental… No tendría más remedio que dedicarse a matar dragones.
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