"Amor"

Beatriz Fernández Moya.


El amor no entiende de épocas, ni de edades ni de tiempo. Ni se crea ni se destruye. El amor nace y, en el fondo, nunca muere. Si alguna vez desaparece, se debe a que nunca llegó a existir, porque el verdadero amor nunca termina, solo se transforma en algo mucho más fuerte o mucho más débil, dependiendo de nuestras circunstancias. El amor está en la generosidad, en la entrega, en la fidelidad, en la felicidad y hasta en la tristeza, porque solo se siente triste aquel que percibe falta de amor.
El amor es un concepto imposible de explicar, y que solo puede entender el que lo experimenta. El amor es querer a otra persona más que a uno mismo, es darlo todo sin temer ni un segundo. Es invertir en felicidad, es apostar por un futuro mejor para nosotros y para la persona a la que amamos. El que se siente de verdad querido, no puede sentirse infeliz.
El amor está en todas partes y todas las acciones que realizamos están compuestas de amor. El amor forma parte de las sonrisas, de los abrazos y de los besos de despedida. El amor es una concatenación de opuestos, porque cambia de cero a cien en un segundo. Puede ser amargo o dulce, dejado o sobreprotector, meditabundo o impulsivo, lento o veloz, tierno o salvaje, porque nunca sabemos cómo llegaremos a actuar cuando le ocurre algo a la persona por la que seriamos capaces de dar nuestra vida entera.

"La casa del lago"

Elena Echániz Macarulla.



La casa del lago era grande y espaciosa, algo vieja por el paso de los años pero un buen sitio para vivir. Los animales pacían por la finca. Gracias a ellos disponían de leche y carne, no como en la ciudad, donde en aquella época se sentían los rigores de la guerra. Además de los pastos y del lago, una mancha de bosque se perdía hasta el horizonte.
 
Mientras madre tejía con lentitud un nuevo suéter para alguno de sus niños, los críos estaban en la orilla del lago con redes en la mano, dando vueltas y saltos, intentado atrapar algún animalillo acuático. José Luis era el más pequeño; con cinco años recién cumplidos y un pelo rubio que, según él, lo hacía especial.
 

Cuando sus dos hermanos se acercaron a él para admirar su caza, se sintió el niño más importante del mundo, el primero en cazar un batracio, lo que quería decir que las ancas serían para él en la comida. El resto de las ranas que cazasen se debían devolver al lago, ya que si abusaban de este recurso podrían llegar a quedarse sin aperitivo.
 

-Se dice “tengo”, no “tiengo”, Joselu -comentó Ana María en cuanto llegó junto a su hermano para admirar el trofeo.

Ella era la mayor de todos y lucía con orgullo sus doce. Su pelo oscuro contrastaba con el de sus hermanos, al igual que sus ojos claros. Era la mayor y, por tanto, se sentía obligada a corregir la conducta de sus hermanos menores.
 

-¡No puede ser! Estaba seguro de que hoy ganaría yo -Juan Manuel, el otro hermano, refunfuñó cruzando los brazos. Con esa postura se acercó para observar el animal, al que miró con detenimiento.
-¡Es un sapo! ¡Un sapo venenoso!

Y entonces se formó el caos. José Luis dejó caer el animal entre gritos y llantos; Ana María comenzó a chillar con los ojos cerrados y un tono de voz que muchas mezzosoprano desearían. Todos corrieron hacia la casa, alejándose del sapo, que dio unos saltos hacia el bosque con parsimonia.

Lo primero que sintió madre fue angustia al escuchar los gritos de sus hijos. Levantó la cabeza y miró al cielo, esperando ver un avión militar lanzando bombas o una refriega entre dos avionetas sobre su casa. Al darse cuenta de que el origen del escándalo era bien diferente, sintió una furia irrefrenable, pero a la vez un gran alivio.

-¡Por el amor de Dios!... ¿Sabéis lo preocupada que estaba? -comenzó su discurso a voz en grito- ¿A quién se le ocurre, en estos tiempos en los que estamos, empezar a gritar como si os llevase el diablo al mismo infierno? - Todos los niños, ahora callados y quietos, miraban a sus raídas alpargatas, avergonzados-. ¡Castigados todos! ¡No volveréis a…!


No llegó a poner el castigo a sus hijos, ya que un sonido le hizo cerrar la boca para escuchar. Era el ruido que más temía.


Todo ocurrió en unos instantes que se hicieron eternos: guiándose por el oído, madre alzó su cabeza para averiguar de dónde procedía aquel siseo, con la esperanza de que estuviese equivocada.
 

Un objeto con forma de flecha, pero con una anchura y tamaño demasiado grandes para que lo fuera, caía del cielo rasgando el aire. Un grupo de pequeñas avionetas ruidosas se alejaba, dejando la bomba como único rastro de su paso.
 

-¡Niños! -gritó madre mientras le saltaban lágrimas-. ¡Al bosque! ¡Vamos, corred!
 

Le dio tiempo a agarrar al pequeño en brazos, darle la mano a Juan Manuel y, con Ana María a su lado correr en dirección al pequeño refugio, invisible desde donde se encontraban. Lo habían construido unos meses atrás.
 

Nada más empezar a correr, escucharon un estruendo a sus espaldas e, inmediatamente, la onda expansiva de la bomba los empujó precipitadamente al suelo. Tumbados sobre la hierba, madre cubría las cabezas de sus hijos como podía, tratando de protegerlos.

José Luis levantó la cabeza lo suficiente como para ver cómo ardía su pequeño hogar. Comenzó a gimotear y madre lo abrazó con fuerza.
 

-Todo irá bien -murmuró la madre-. Tenemos que dar gracias a Dios porque estamos todos sanos y salvos.

"No disculpen las molestias"

Rosa García Macías.



Se habla de conceptos como “hipocresía”, “egoísmo”, “demagogia”, “cinismo” y “crisis”, y aquél que utiliza -aunque sólo sea una- estas palabras, queda bien, académico, moderno y “progre”. Pero, ¿qué significan? Preguntémosle al moderno académico, y daremos pie a un discurso político (parece que hoy sólo sabemos hablar de eso) y nos dirá algo sobre un partido, achacará tales conceptos al partido contrario, por supuesto, y terminará dando a entender que él, visionario, es el único que ve la situación de forma objetiva y que, por tanto, es nuestro salvador.

No obstante, ¿qué ocurre fuera de la política? ¿Hay algo más fuera de ella? Porque a mí, personalmente, “egoísmo” me suena a la ausencia de un valor vital; veo la “demagogia” utilizada día a día como la retórica de Platón; el “cinismo” presente en caras, miradas y corazones que ya no se acuerdan de que es posible amar al prójimo, y veo una “crisis” –y añado- humana.


Nos estamos introduciendo en un mundo egoísta donde decir “lo mío es mío” se ha convertido casi en una regla moral; en un mundo donde las máscaras se han transformado en la cara real porque hemos olvidado sonreír desde dentro, sin forzar (pruébenlo, levántense y crean que la vida es bella, si se miran al espejo observarán que la sonrisa del reflejo no es dolorosa y que, incluso, sienta bien); en un mundo donde ya no pensamos en aquél que no es yo, porque eso nos supondría un problema. Eso sí, puede que después veamos un anuncio en televisión donde aparezcan niños de África desnutridos, y entonces sí, algo se active en nosotros hasta el punto de hacernos socios de una entidad a la que donemos una cierta cantidad al mes para creernos, de este modo, buenas personas. Ahora bien, si el vecino necesita sal, contamos los granos, no vaya a ser que el tío jeta se aproveche de nuestra inabarcable caridad.
 

No confiamos en nadie. En un mundo sometido a la globalización, nos encontramos cada vez más con individuos aislados, cada uno en constante alerta por si el otro decide aplastarle. El egoísmo, el cinismo, se convierten -parece ser- en necesarios; y si tú decides que eso no está bien, sufrirás las consecuencias, la culpa será tuya y el antisistema serás tú. Si te roban, tú eres el culpable, por no haber llevado atado con cinta aislante el bolso a tu cuerpo; si sufres agresiones, la culpa es tuya por caminar a ciertas horas de la noche sin una escopeta guardada en el bolsillo. ¡Hay que ser precavidos! ¡Si es que parece que vas llamando a la desgracia con esa ropa normal, con ese bolso normal, con esa actitud normal!
 

¿A dónde estamos llegando? ¿Qué valores, o mejor dicho, qué contravalores se están convirtiendo en valores? Quizá incluso se me rebata por que pregunto demasiado. ¿Para qué querré indagar tanto? ¡Si la tele dice que como se entrena el cerebro es con videojuegos de sumar y restar!

Tenemos una opción –siempre la hay, lo cual también se nos ha olvidado-: o bien reflexionar sobre nosotros mismos, sobre la clase de personas que queremos ser, o bien asentir con la cabeza y aire taciturno, encender la tele y olvidar a base de cinismos, demagogias egoístas y todo aquello que acompaña a la palabra “crisis” de manera ininterrumpida entre tal batidora de humanidad.

"Descubierto"

Teresa Reinoso.





Las sombras atravesaban su piel. Temblaba agachado junto a la escalinata de la catedral. Procurando fundirse con el muro, avanzó hasta el final de uno de los laterales. El fuerte viento nocturno camuflaba sus jadeos aterrados. El corazón golpeaba en su pecho, intentando escaparse; el miedo recorría sus venas. Los pinchazos en el costado le recordaron que había recibido una puñalada. Mirándose la mano, confirmó que estaba perdiendo mucha sangre.

Un fuerte mareo le obligó a apoyarse en el muro, y a respirar durante unos minutos. Pronto continuó su sigiloso avance. Tenía que avisar a los suyos antes de que fuera demasiado tarde. Al llegar a la esquina confirmó que el camino parecía despejado. Sacando fuerzas de donde no las había, comenzó a correr calle abajo.


Las suelas sueltas de sus viejos zapatos resonaban contra el empedrado, y el eco parecía llegar a toda la ciudad. Al compás de su carrera, la sangre seguía fluyendo por la herida; pero él se obligaba a no mirar. Tenía que llegar, tenía que avisarles... Si no lo hacía… La cara de Raquel se le presentó ante sus ojos e imprimió mayor brío a sus piernas. Llegaría, aunque fuera lo último que hiciera.

Pero parecía que la suerte no estaba de su parte. Al girar en una de las bifurcaciones, se topó de frente con uno de los guardias. Los dos cayeron al suelo por el encontronazo. La sorpresa hizo que a pesar de que sus miradas se encontraran frente a frente, el guardia tardara unos momentos en reconocer al bandido que llevaban tanto tiempo buscando. Para cuando lo hizo, ya era demasiado tarde. La sombra de Hugo se perdió entre las callejuelas.

Hugo sabía que aquel desafortunado incidente iba a cobrarse un alto precio. El guardia no tardaría en avisar a sus compañeros, que ya sabían a dónde tenían que ir a buscarle.


Siguió corriendo. La tenue luz que iluminaba las calles era más que suficiente para marcarle el camino. Aún a ciegas, hubiera podido llegar desde la otra punta de la ciudad hasta aquel balcón bajo el cual tantas veces había cantado serenatas.


Lo reconoció en cuanto lo tuvo a la vista. Era el padre de Raquel. Parecía que volvía de atender a uno de sus pacientes. Se metía en casa en ese momento.


-¡Don Manuel, don Manuel!


El hombre se giró. Su mirada amable mostraba cierto cansancio. Por eso tardó un rato en percatarse de que la situación era urgente.


-Hombre, Hugo. ¡Tú por aquí! No sé, yo creo que Raquel llevará ya rato durmiendo…


-No, don Manuel, esto no tiene nada que ver con Raquel…


En ese momento las fuerzas le fallaron y se derrumbó sobre el médico. Las voces de los guardias comenzaban a resonar por las calles.


Le tumbaron sobre la mesa de la cocina. Apenas abrió los ojos, se encontró con los de Raquel. Se dieron un fuerte abrazo que le cortó la respiración. Las lágrimas inundaron la cara de Hugo. Besándole una y otra vez, ella repetía entrecortadamente:


-Hugo, Hugo… Te dije que no fueras… Oh, Hugo…


Su padre consiguió separarla del malherido.


-Raquel, déjale respirar… Ha perdido mucha sangre. Menos mal que ha conseguido llegar hasta aquí. –Miró al desvaído bandido y se dirigió a él muy serio–. Hugo, tienes que contarme qué ha pasado. No podemos perder tiempo.


-Nos han descubierto. Tenemos un topo.


La madre de Raquel, que había permanecido en silencio, dejó escapar un grito ahogado.


–Esta noche ha habido una redada -prosiguió-. Sabían a qué hora y dónde encontrarnos. Marcos, Santiago Pérez y Lobera han muerto. Yo recibí una puñalada, pero conseguí escapar.


-¡¿Y qué ha pasado con mi Juan?! ¡¿Qué han hecho con él?!


Los gritos de María, la hermana de Raquel, resonaron por la casa.


-Se lo han llevado. Pero sigue con vida y no lo matarán. No pueden permitirse más ejecuciones.


Los llantos sustituyeron la anterior histeria. Hugo volvió a respirar un par de veces antes de continuar hablando. Apretó la mano de Raquel. Debía transmitirles un mensaje.


-Don Manuel, escúcheme. Tienen los papeles. –Ahora fue el médico quien adquirió un tono ceniciento. – Uno de ellos lo comentó al terminar la redada. Vendrán aquí. No pueden probar nada, pero les vigilarán e interrogarán. Tendrá que tener especial cuidado.


-No te preocupes Hugo, yo…


La puerta se abrió de golpe. Un tropel de guardias se apelotonó en la cocina.


-¡Quietos en nombre de la ley! Tengo órdenes de… – La cara del hombre brilló de felicidad al descubrir la sorpresa que le aguardaba en la mesa de la cocina. –Vaya, vaya... Con que aquí tenemos a Hugo Bravo…


El movimiento fue rápido, inesperado. Un seco disparo acompañó al desgarrador grito de Raquel.


-¡No!


Los flácidos dedos entre sus manos le confirmaron que ya no podía hacer nada. Hugo Bravo, el bandido de los madriles, había muerto.