"Estoy embarazada"

Beatriz Fernández Moya.


Como en un partido de tenis, las dos palabras rebotaban en las paredes del cada vez más pequeño y asfixiante salón. ESTOY EMBARAZADA. Muerte súbita. Acababan de perder todos los puntos.
Las profundas pupilas de Alejandra seguían clavadas en él. De repente se dio cuenta de todo lo que había cambiado: la adolescente de sonrisa cálida y ojos despiertos había hecho las maletas para reunirse con la niñez en el paraíso de las edades pasadas, y en su lugar había una joven mujer de mirada adulta y cuerpo menudo. Iba a tenerlo. No buscaba ni su permiso ni su aprobación. No quería ayuda. Solo que lo supiese, porque toda la culpa era de ella.
Apartó la mirada. En sus ojos se veía con contundente realidad, sin condescendencia ni piedad, con desprecio. No había lanza que romper a favor de los tiempos pasados. Los recuerdos estaban enterrados bajo un vertedero de botellas de vino a medio beber. La culpa era toda de ella. Sin excusas, sin trampa ni cartón, sin mal perder.
Hacía una decena de años que la madre de Alejandra había muerto. Ella pasó a ser la niñera de su padre, raptado voluntariamente y de manera permanente por el alcohol. Aun así, era más de lo que su cansado y confuso cerebro podía soportar; necesitaba un trago.
Alejandra le pasó la botella, pero antes de que sus dedos rozasen el vidrio, la dejó caer al suelo. Rota ella, roto él en mil pedazos, rota la botella. Las lágrimas de ambos se mezclaron con las lágrimas del vino y se esparcieron como sangre por el suelo del menguante salón. Cambiar o marcharse, esa era la cuestión.
Abrazó a su hija mientras su mente calculaba, con sorprendente agilidad, el número de tragos que necesitaría para asimilar la nueva situación.

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