David Fuente.
Desciendes paso a paso, con timidez, por un camino embarrado; el ambiente es húmedo y el calor reverbera a lo lejos. Muy lejos. Acabas de abrir la puerta de algo que apenas conoces y cada paso se hace duro pero enriquecedor. El primer gran hallazgo: el barro, que hasta entonces era una masa invisible y monocromática, estalla en mil colores.
El alicatado empieza más tarde. Tranquilo; no tengas prisa. Mánchate. Tienes que mancharte. El barro es resbaladizo, pero no le tengas miedo: siempre te acogerá en un abrazo húmedo. Cáete, a poder ser de bruces. Cáete, que es como lo has aprendido todo. Luego mira tu rostro congelado en la tierra. A ella le costará olvidarlo. A ti también. Luego levántate. Levántate, que es como lo has recorrido todo.
Escoge un color entre los que se apilan y escava. Un color: eso es todo lo que sabes. No sabes nada, así que aférrate a él.
El barro, bello como hasta entonces nunca lo habías visto, ya es tuyo, pero todavía no lo posees. Aduéñate de él, desarmarlo en mil pedazos, recoge su esencia, retira los restos que aún lo vinculan a la tierra.
Ya lo has humanizado; ya es arcilla. Pronto ambos sois uno. Es el abrazo a la presión de tus dedos, las lágrimas del vaciador, la belleza que emana del trabajo y que se resiste. Se resiste y te exige, qué pensabas pequeño ser humano; él también te modela.
El suelo se va secando bajo tus pies. Se cuartea, encoge, se calma el color, se convierte en polvo... Ahora puedes ver, solidificados, los recuerdos del último abrazo, de la última lágrima. Es el momento de seguir, de amar o dudar y retroceder unos pasos. Puedes dudar. Duda si es lo que sientes porque también las preguntas dan respuestas, no solo las caídas. Si amas no hay que decirte nada, ya has echado a correr.
Has llegado a los umbrales del fuego, al otro lado está la mismísima temperatura del infierno. A pesar de lo que te dijeron, no debes tienes miedo; es un fuego purificador. Le entregas tus tesoros del camino y esperas de las llamas un buen trato. Pero no les exijas más de lo que tú te has exigido. Cierra la puerta y no hagas guardia, no tengas prisa. Vuelve atrás, allí donde el camino está aún húmedo. Y deléitate con aquello que pasaste de largo en la primera ocasión. Aunque retrocedas, siempre andarás por un nuevo camino.
La fogata ya se ha consumido. Abre las puertas y observa la metamorfosis. Pero recuerda, aún no sabes nada de los efectos del fuego; todo lo que imaginabas puede ser falso.
Al principio sólo conocías el color, pero las llamas te lo han arrebatado. Teja... Un vulgar color teja, eso es todo lo que queda. Ahora te pesa, pero más adelante descubrirás que tus alegrías y tus decepciones en el basto mundo de la cerámica son insignificantes. Si no te impiden seguir caminando, ambas te acompañarán siempre; más aún con tu espíritu aventurero que tiende a explorar los caminos flanqueados por señales de “prohibido”.
Mira a los compañeros que han llegado hasta el mismo lugar por caminos diferentes. Has descubierto que la estrecha vereda por la que has descendido no es más que una entre cientos de miles y que todas se entrecruzan y confluyen allí, en el fuego. Siéntete pequeño, muy pequeño. Cuando te recuperes podrás decir que sabes algo, una ínfima parte.
Ahora trabaja, trabaja duro un tiempo.
El camino comienza a estar enladrillado, estable. Vas y vuelves por distintos senderos de barro hasta distintos fuegos, y van surgiendo nuevos pavimentos. Algunos no absorben el agua y en el aire cantan como las campanas. También has aprendido cuánto mienten los colores de la arcilla, y aprendes a convertir la mentira en verdad y a esclavizar engobes. Juegas con diferentes materias y descubres cuáles se aman y cuáles se odian. A veces haces obras de reconciliación y otras te recreas en el rechazo. Ya tienes tu pequeña casa de ladrillo. Te has permitido unas tejas gresificadas, ciertos engobes, unos ostentosos marmoleados, texturas... Ya puedes vivir, aunque sea con humildad, en este mundo.
Y de pronto, en mitad del trabajo, llega a tus oídos una ostentosa melodía, algo que conocías, que habías escuchado a lo lejos cuando aún estabas demasiado ocupado descubriendo la arcilla: el vidriado. Y repentinamente se abre un nuevo abismo, vuelves a ser más y más pequeño. Y tu humilde casita, más insignificante. Asomas la nariz a esa exuberante jungla plagada de colores y fluidos imposibles, y escoges donde no se puede escoger, en la eternidad de la belleza. Vidrias tu primer azulejo.
Vuelves a casa y lo cuelgas en mitad de la pared. Ahora, tras varias lecturas y anotaciones, tras un cúmulo de pequeñas verdades, una gran idea vibra en el interior de tu cabeza: la inmensidad. Miras por la ventana y te ves en mitad de un mundo plagado de colinas. No es un mundo hostil. Está lleno de recovecos, cada uno con un tesoro oculto. Sólo sabes que has abierto los ojos y que todo aquello está a la espera de ser indagado. Un impuso empieza a latir en tu interior… ¡Qué haces ahí parado! Ahora que sabes que es enorme: lánzate a indagarlo. ¡Corre!
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