"Primeras impresiones"

Belén Meneu.



Dicen que un minuto basta para formarnos una opinión inicial sobre alguien. Es cierto que esta puede ser acertada o quedar lejos de serlo, sin embargo predispone la relación que van a mantener esas dos personas, al menos en su primera etapa. Pero, ¿hasta qué punto la intuición funciona? Algunos confían ciegamente en la sensación que les transmiten el físico y la actitud del otro, lo que crea prejuicios sobre los que se construye nuestra imagen y la de la otra persona.

Crear una buena primera impresión es cada vez más importante. Hay cursos, libros y conferencias sobre la postura, la actitud y el lenguaje que debemos mantener en esos instantes clave en una entrevista de trabajo, en reuniones con posibles clientes e, incluso, flechazos amorosos. No obstante, qué es mejor: ¿comportarnos para construir una buena aunque distorsionada primera impresión o mostrarnos tal y cómo somos? Me resulta contradictorio que, por un lado, se nos enseñe a no fabricar opiniones preconcebidas y, por otro, se le dé tanta importancia a las apariencias.


Por eso creo que debemos ser respetuosos en todo momento y mantener una actitud adecuada frente a los demás. Este comportamiento dependerá del ámbito social en el que se desarrolle la relación: familiar, amistoso, profesional.... No obstante, no hay que dejar de ser uno mismo, pues podría llevarnos a futuras confusiones e, incluso, a situaciones incómodas en las que, por agradar, nos vemos obligados a reprimir nuestra forma de ser.


Según muchos expertos, tenemos que potenciar nuestros puntos fuertes, utilizándolos a nuestro favor para dejar la huella que nos defina, sin olvidar que, aunque podamos ser juzgados, también podemos cambiar las reglas del juego.


Por todo lo dicho, aguardemos a conocer al otro antes de opinar.
 

"Poetas a domicilio"

Olga Nafría.


Francisco sostenía en sus manos una capa negra y polvorienta. Acababa de encontrarla en un cajón, olvidado durante años. En el mismo lugar halló también un sombrero con una larga pluma, y un antifaz del carnaval de Venecia. Habían pasado más de cincuenta años desde la primera vez que se los puso.
Acarició con cariño aquella máscara vieja, cuya purpurina se desprendía al tacto, y recordó...
Era una noche cálida. Tres figuras encapuchadas caminaban por una calle empedrada y estrecha. Al llegar a un puerta señalada, la golpearon secamente.
Les abrió una mujer envuelta en una bata azul. Con sorpresa, vio frente a sí a tres jóvenes enmascarados que iban cubiertos con largas capas negras. Uno de ellos portaba un violín; el otro, una guitarra y el tercero, una armónica.
-Disculpad nuestro atrevimiento, oh noble dama -dijo el que encabezaba el grupo, haciendo una reverencia con su sombrero de plumas-. Somos Poetas a Domicilio y, a sabiendas de que estamos a la víspera de vuestro aniversario, venimos a cantaros las más lindas canciones que el oído humano pueda escuchar.
Le ofreció una rosa y tendió, frente a ella, un viejo pergamino. Al tiempo que el gemido del violín rompía el silencio de la noche, el joven recitó estos versos:
Yo te he nombrado reina.
Hay más altas que tú, más altas.
Hay más puras que tú, más puras.
Hay más bellas que tú, hay más bellas.
Pero tú eres la reina.


La mujer sonrió y dijo con emoción que había sido el mejor regalo que le habían hecho jamás. Invitó a los Poetas a entrar a la casa y, poema tras poema, llegó la madrugada.

Francisco recordaba el lejano día en el que constituyeron la sociedad de los Poetas a Domicilio. Llevaban toda la mañana sentados en un banco del parque, pensando. Eran los tres de siempre: Jaime, Carlos y él mismo. Al día siguiente era el cumpleaños de la madre de Carlos y trataban de dar con un buen regalo.
-Cómprale una colonia, o algo así. Es lo típico para las madres, ¿no? –sugirió Francisco.

-Mi madre no quiere que le compre nada. Dice que si tengo dinero, que lo destine a pagarme mi futuro piso.
Los tres se rieron.
-Podrías regalarle ser un hijo mejor –propuso Jaime. Este se caracterizaba por una bondad innata que rayaba el idealismo.
-Tengo una idea mejor. ¿Y si le regalas cambiarte por Jaime como hijo? – añadió Francisco con ironía.
Las carcajadas iban en aumento. Todos le tomaban el pelo a Jaime, al que adoraban.
-Ahora, en serio -protestó Carlos-, el día es mañana y no puedo llegar a casa con las manos vacías. Tenéis que ayudarme.
Se fraguó un largo silencio. Al fin, Francisco abrió la boca y dijo con ceremonia:
-Chicos, creo que tengo la solución: podemos recitarle una poesía entre los tres -vio las caras de incredulidad, pero prosiguió-. Pero no será una poesía cualquiera: la recitaremos al son de la música. Con la guitarra y con el violín de Jaime.
-¿Y por qué no nos vestimos de trovadores y nos ponemos máscaras? – añadió Jaime, divertido.
-¡Por supuesto! –gritó emocionado Carlos-. ¡Es genial! ¡Trovadores! Podríamos ponernos un antifaz de carnaval y sombreros con plumas.
Los chicos se iban emocionando. Francisco habló por todos:
-Decidido. Vamos de noche a tu casa, hacemos salir a tu madre y le damos una sorpresa. Hoy seremos Poetas a Domicilio.
Francisco recordaba con cariño a sus dos amigos, con los que formó el grupo. En esa época empezabron la Universidad: eran un ingeniero, un arquitecto, y un abogado en potencia, pero con alma de poeta.
Todos los jueves, a las ocho de la tarde, se reunían para leer poesía y declamar sus propias creaciones. Les encantaba jugar con las palabras: hacían crucigramas y palíndromos. Redactaban cuentos que se leían unos a otros; enamoraban a las chicas con sus propios poemas... Cuando desayunaban en una cafetería, garabateaban versos en las servilletas. De noche, en la soledad y en el silencio, daban orden a aquellos fogonazos líricos.
Después del episodio del cumpleaños, la sociedad de Poetas a Domicilio quedó formalmente constituida. Los tres amigos esperaban cualquier ocasión para recitar, acompañados de la guitarra, el violín y la armónica. Llegaron a poner un anuncio en el periódico: <<Se recitan poemas musicales a domicilio>>. Amigos y desconocidos acudían a ellos para llenar de poesía las fechas especiales.
Cuando subían a los pisos a recitar por encargo, solían dejar sus pertenencias en el rellano. Más de una vez se llevaron un susto. Francisco recordaba con hilaridad el día en que un portero confiscó sus abrigos y las fundas de los instrumentos, y los tiró al contenedor de la basura. Los poetas tuvieron que meterse dentro para recuperarlos. El episodio se saldó con la composición de una “Oda al contenedor”.
Los Poetas a Domicilio hacían lo indecible para llevar a cabo sus actuaciones. Si hacía falta, entraban a los domicilios por la ventana. No se ahorraron varios encontronazos con algunos perros fieros. El anciano tenía grabada en su memoria la vez en la que fueron a visitar a la abuela de Jaime, que se hallaba enferma. Se presentaron de noche en el hospital y le hicieron un largo recitado. Acabaron todos llorando: la abuela, los Poetas y el equipo de enfermeras. En otra ocasión, cantaron por el nacimiento de su hermano pequeño.
Eran habituales los recitales en vísperas de bodas y las declaraciones de amor. Francisco jamás olvidaría el día que aprovechó su condición de trovador para conquistar a la muchacha que amaba. También de noche, se acercó hasta su calle y lanzó piedrecillas contra el cristal de su habitación. Ella se asomó y entonces Francisco se aclaró la voz, templó las cuerdas de su guitarra y cantó:

Pensar en ti esta noche
no era pensarte con mi pensamiento,
yo solo, desde mí. Te iba pensando
conmigo extensamente, el ancho mundo.


Aquel poema había sido el comienzo de una aventura que duraría para siempre, no solo en la tierra sino por toda la eternidad. Cuando Francisco recordaba aquellos hechos, hacía varios años que su mujer de había fallecido. Él, sentado junto a su cama, fue su poeta hasta el último día.

La forma de querer tú
es dejarme que te quiera.
El sí con que te me rindes
es el silencio.


El anciano estrechó en sus manos la capa, el antifaz y el sombrero. Se debatía consigo mismo. Conservar esos objetos era doloroso; le traían recuerdos de sus seres más queridos, que ya no estaban. Pero no podía deshacerse de ellos. Eran los símbolos de sus tres grandes amores: su mujer, sus amigos y la poesía.
Mientras se embebía en estas reflexiones, oyó ruido de pasos en las escaleras. La voz de su nieto Javier, el pequeño, resonaba limpia y clara en el rellano:

-Abuelito, hoy hemos ido al mar. ¡Era tan bonito que me quería morir!
Francisco sonrió: Javier tenía, como él, alma de poeta. Lo decidió en aquel momento: la capa, el sombrero y la máscara de Venecia serían para el chiquillo. Cuando creciera, sería trovador y Poeta a Domicilio. .
No digáis que agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira:
podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía.


"Sueños"

Nuria Martínez Labuiga.



María terminó de servir la sopa de fideos en un cuenco y la llevó al comedor.
-Juana, ¿tienes hambre? He hecho fideos, de los que te gustan.
La anciana miró a su hija y sonrió.
-¡Qué rico! Hoy me han enseñado la tabla del cuatro en el colegio -hizo una pausa, mientras se ayudaba del bastón para levantarse-, pero a mí me gusta más cuando hacemos bordados.
Se sentaron las dos a la mesa y María le sostuvo la cuchara. Solía preguntarle a su madre qué edad tenía, de manera que -durante sus crisis de alzheimer- sabía a qué atenerse o de qué hablarle.
-Once años -contestó está vez-. ¿Te ha contado mi madre los bordados de flores que hice ayer?
-La verdad es que no, Juanita; cuéntamelo tú.
Su hija asentía, interesada, a la vez que le ayudaba a cenar, a pesar de haber escuchado docenas de veces aquella historia, como tantas otras... <<Es como un viaje al pasado>>, les decía a sus hermanos.
Cuando terminaron, fueron a la habitación de la señora Juana. María la acostó y arropó de la misma manera que su madre le había enseñado tiempo atrás, durante los años que trabajaron juntas en el hospital de la ciudad. Encendió la lámpara de la mesita de noche.
-Señorita, ¿sabe qué me gustaría ser de mayor? -dijo con educación-. Enfermera. Ser enfermera y trabajar en el pueblo, cuidando a los vecinos. También quiero un esposo y tres hijos. Los llamaré María, Vicente y Rafael.
Dicho esto cerró los ojos y se hizo un ovillo entre las mantas.
<<Resulta curioso>>, pensó al acariciarla, <<al escuchar sus fantasías de adolescente, compruebo que aquella niña no dejó ni un sueño por cumplir>>.
Le dio un beso en la frente, apagó la luz y dejó la puerta entreabierta al salir.