"Palabras y silencio"

David Fuente.



Las letras, para el que escribe, son como un picor ansioso que recorre el cuerpo, en continuo zigzag, sin encontrar alivio. El alivio es la muerte de las palabras, el punto y final. La placidez, la calma, la serenidad, el equilibrio..., todo ese hieratismo también. El silencio es sólo un “coger aliento”, por largo que sea, por largo que parezca. Aliento, sí, porque las palabras le roban a uno el aire y hablar hasta la eternidad puede hacernos morir de asfixia a los pocos minutos del inicio.
Las palabras pican a veces, también en ese silencio. Pero uno las retiene, tira de sus riendas, hunde los pies en la tierra y, en un grito callado, proclama que enmudezca el cielo. Y aunque las palabras se encabriten, uno debe ser fuerte porque ellas, a veces, son inexpertas.
Esta es la lucha en la que uno crece. Crecemos en la alternancia de estos dos tempos que se sustituyen de forma arrítmica. Y esta alternancia es fruto, a partes iguales, del capricho y de la necesidad. La razón, el conocimiento... No, no se debe a ellos. Están tanto en el silencio como en las palabras, pero no son el puente de uno a la otra. No son, tampoco, el pilar de nada. Se encuentran en el cajón de sastre en forma de botones lujosos –de oro y rubíes– o de plástico nacarado. Son el lazo de seda junto al cordel de algodón. Los restos de una madeja de lana y un pedazo de cuerda de esparto. Son, también, la caja y el propio sastre. Son casi todo para el que escribe, pero no garantizan nada. Son un fuego que hay que alimentar durante el silencio para alumbrar, después, la palabra.

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