Rosa García Macías.
Personas que presumen de grandes corazones, adolecen de pequeñas almas. Comprobado. Y es que cuánto mejor callar y demostrar, que hablar y seguir hablando.
No entiendo esta afición del ser humano por presumir, por hablar en abundancia de lo que en realidad carece. Palabras, palabras... Cuántas cosas podemos hacer con ellas. ¡Cuántas! Siempre he creído que las palabras deben ir acompañadas de hechos. Incluso en el arte. ¿Qué es un libro? Infinitud de palabras que se traducen en hechos en nuestras soñadoras mentes. Pero esta es otra dimensión. La realidad nos lleva al campo de la comprobación. Si afirmas ser alto y mides un metro cuarenta con cincuenta años, las palabras se convierten en mentira, se vacían y mueren. Sin embargo, quien vive viviendo podrá morir cerrando su propio libro.
Vivir viviendo... ¡Claro! No es ninguna redundancia, se trata de algo trascendental. ¿Cuántos viven... sin vivir? ¿Cuántos acompañan sus días de melodías huecas, de mentiras que sólo son analgésicos para reducir el peso de la verdad? Y es que se habla tanto porque callar a veces duele. Reflexionar, quizá cambiar, resulta tan pesado… Supone tan enorme carga para el corazón… Así que siguen envenenándole con placebos, mientras él, entre sístole y diástole, suspira y reza.
Es fruto de un estudio que cuanto más se miente, más se aceptan las mentiras como verdades. Tal es así, que aquél que decíamos que se creía alto llegó a presentarse a un concurso de modelos. El resultado fue lo que podríamos esperar...
La tinta de sus bolígrafos es invisible, por eso ni ellos mismos la ven. Nada puede escribirse, nada puede rozar el alma si ni siquiera invertimos tiempo en conocerla. Es de valientes mirar dentro de uno mismo, a sabiendas de que es muy probable que haya cosas que no van a gustarnos. Por eso, al mirar se crea una oportunidad de cambio y, a la vez, se genera una sensación de paz porque llegamos a aceptarnos tal y como somos, sin disfraces.
Y es que cuando uno miente, a quien más engaña es a sí mismo.
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