Blanca Rodríguez G-Guillamón.
Sospechad si algún amigo os quiere regalar un iPhone, un Smartphone o cualquier otro dispositivo móvil con posibilidad de conectarse a Internet. Tal vez su intención no sea tan bondadosa, pues lo que realmente pretenda es deshacerse de ti.
Me urge referirme a este asunto, ya que por su causa se rompen muchas relaciones. Ya saben, la tecnología es poder, pero un poder que si no aprendemos a controlarlo puede acabar con nosotros.
Hacía días que hablaba con la pared. Una pared que respiraba, que tenía ojos y boca, y pensaba y oía, pero que ya no escucha. Pensaba con el mecanismo de la red, un reloj de mensajes, luces y sonidos, y sonreía con labios electrónicos. Ya le advertí que escribiría sobre él y se rió. Le aseguré que no diría nada que pudiera gustarle, pero no sé si realmente me creyó.
Esta epidemia pasa inadvertida. No sé cuándo hizo enfermar a mi amigo, pero recibí su oleada con dureza al empezar a hablar con la máquina delante de mí. Se hizo dependiente de ese “mundo secundario”. Sus conversaciones llegaron a reducirse a monosílabos.
Apenas comienza con un brote, inducido por la curiosidad o el aburrimiento, y acaba atrapándote la tela de araña virtual que es Internet. Al principio resulta un juego divertido, además de útil. Escribes un mensaje y te contestan al instante. No hay distancias, no hay frenos, no necesitas esfuerzo ni actividad física, no hace falta desactivar la pereza ni componer una buena cara. Estás “ahí”, en un sitio que no ve nadie pero donde todos te sienten y pueden comunicarse contigo.
Es el juego del poder porque controlas tu entorno. Pero si dejas que se desate, te engulle. No tiene piedad porque no tiene alma ni corazón. Y te persigue. No puedes deshacerte de él porque va contigo, en el bolsillo, en la mochila, en el bolso... Eres tú quien lo hace parte de ti. Eres tú quien lo libera o lo reprime. Quizá ni siquiera sea una elección consciente, pero ocurre.
El <<pasas de mí>> se convirtió en la frase del mes. No había momento en el que no se lo dijera a mi amigo. Él sonreía y decía que no. A veces era suficiente para que dejase de navegar con el móvil, otras apenas se inmutaba. Pero, fuese como fuese, esta última semana tengo que reconocer que ha hecho un gran esfuerzo y está mejorando. Aunque aún se sienta incompleto si no consulta cada media hora el móvil, ha entendido que esa actitud es molesta. O, por lo menos, espero que lo haya hecho.
¿Os gustaría estar hablando con alguien que sólo tiene ojos, boca y pensamiento para Internet? A mí, desde luego que no.
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