"Rojo"

Beatriz Fernández Moya.



No era más que una mancha escarlata que se extendía sobre una superficie de un blanco perlado. De mi vientre brotaba el rojo, un rojo espeso, doloroso, infeccioso y consumidor. Un rojo que dolía mirar. Un rojo hipnotizante. Un rojo que me subía a los ojos y me hacía ver todas las cosas de color rojo. Un rojo antiguo, como el de las cortinas de terciopelo de los teatros barrocos, pero a la vez un rojo nuevo, como el que mana de una herida recién abierta. Un rojo que arrasaba con rojo, un rojo devastador.
En mi mente solo cabía el rojo, y mis ideas de vivos y variados colores habían escapado para rebotar, cual enjambre de insectos, sobre las paredes del iglú. Mis manos estaban rojas y mi corazón empezaba a sentir la falta de rojo en su interior.
Rápidamente, como un relámpago en un cielo tormentoso, el rojo terminó de comerse al indefenso blanco, y derritió por completo las paredes de mi guarida. Mis coloreadas ideas se dispersaron en la negrura de la noche y mi último aliento se escapó con ellas. Mi cuerpo, ahora de color burdeos, quedó a la intemperie para deleite de los carnívoros del Ártico.
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