"Regreso a mi pasado"

María del Rosario Fuster.


Una tarde mi madre estaba con mis dos hermanos pequeños, ayudándoles con los deberes, cuando dijo:
-Hay que revisar las plasticolas.
Es una frase cualquiera, pero la diferencia está en su última palabra: “plasticolas”. Así es como se llama en Argentina al pegamento.
Fue ese guiño léxico el que me hizo retroceder diez años para volver a sentirme a pocos meses de dejar mi país de origen, cuando íbamos a empezar de cero en otro, casi desconocido.
Hace más de cinco décadas, mi abuelo paterno emigró a la Argentina en busca de un futuro mejor. Tenía veinte años. Como él, hubo muchos. Algunos países de Europa estaban pasando por años de dictadura y antes sufrieron una guerra, con muertes, hambre y un futuro incierto. Muchos ciudadanos, si querían vivir con dignidad, debían abandonarlo todo y buscar un sitio nuevo donde empezar.
Mi abuelo Juan José nació en Madrid, la ciudad que iba a ser nuestro destino.
Toda mi familia cercana, por aquel entonces, conocía España, pero a excepción de él y de otra abuela, nadie había estado allí. Existían mil fotografías, historias, regalos, edificios… España era como “la tierra prometida”. Aparecía en películas, series, libros… Muy pocos podían darse el lujo de visitarla, ya que los billetes de avión tenían un alto precio.
Mis padres, mis hermanos y yo lo haríamos. Viajaríamos a aquel maravilloso lugar de nuestros orígenes, pero no sería un viaje de placer sino un trayecto de ida repleto de incógnitas.
Recuerdo esos últimos meses en Argentina como un tiempo para aferrarse a todo, pues sabíamos que nos iríamos y al final sólo quedarían los recuerdos.
Creo que nunca visité a tantas personas como esas semanas. Fue como juntar Navidad, Reyes, cumpleaños y santos. Abundaban los regalos, los abrazos y la comida. Fue una verdadera locura.
Contábamos los días que nos quedaban y a quien aún no habíamos visto.
En cuanto a las maletas, no recuerdo qué había dentro exactamente. Ropa, juguetes, libros… Supongo que todo aquello que dibuja los contornos de una vida.
Yo llevaba a mi oso de peluche, Teddy, mi fiel compañero de cada noche.
Mis hermanos y yo éramos niños, de diez, ocho, cuatro y un año. No entendíamos muy bien por qué nos marchábamos, ya que para nosotros todo era perfecto allí. Años después fui consciente de la burbuja en la que nuestros padres nos criaron, pues no sabíamos que el motivo de aquella partida era que mi padre no tenía trabajo y que la crisis Argentina no terminaría pronto. A día de hoy, todavía sigue.
El día de la despedida fue el momento más duro de toda mi vida. Vinieron todos al aeropuerto y nadie dejó de llorar.
Nos esperaban doce horas de viaje, desesperación, aburrimiento, tristeza y alegría. Nuestro padre nos aguardaba al otro lado del océano. Cuando le vimos, nuestro corazón se inundó de felicidad.
Ahora estábamos todos juntos y cada uno de los hermanos nos hemos embarcado en otro viaje, el de nuestra vida en España.
 
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