"Pañuelo de brillantes colores"

Beatriz Fernández Moya.


Llevaba dos semanas sin verla.
Cada minuto de cada hora de sol desde mi última visita, yo había estado ocupada con complicados cálculos y teoremas que mi mente se había negado a comprender durante los meses lectivos. Dos semanas, un lapso de tiempo que a mí me resultó insuficiente para aprehender las bases de la mecánica, pero que a ella consiguió consumirla casi por completo.
Nunca había reparado en la importancia que el pelo tiene en las personas, hasta que la vi despojada de él. Cubría su cabeza con un pañuelo de brillantes colores que, sin embargo, no transmitía ningún tipo de alegría. Me pareció un pedazo de tela que estaba siendo usado para ocultar y que, sin embargo, no hacía más que evidenciar el avanzado estado de su enfermedad.
La realidad me golpeó contundentemente en el estómago, y por unos segundos me quedé sin respiración. Mi cerebro, que tan ciego había estado durante los últimos meses para comprender teoremas, entendió al segundo aquella situación: en el tablero quedaban, a lo sumo, un par de peones blancos protegiendo a su Rey; el jaque mate del jugador de las negras era inminente. No podíamos ganar, y cuando la miré a los ojos supe que, además, ella se había rendido.
Solo cabía esperar a que el cáncer decidiera, de una vez por todas, terminar la partida.
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