"La hija del extranjero"

Blanca Rodríguez G-Guillamón.


Corría por el borde del acantilado, con los brazos extendidos y los pies descalzos. Desde la playa su silueta parecía la de un ángel, pues su vestido blanco creaba una impresión de alas vaporosas. Podría ser un hermoso cuadro de Monet, tan brillante en contraste con el verde primaveral de la hierba y el azul irritado del mar. Todos la observaban desde abajo, asombrados, fascinados por su energía. De un momento a otro podría levantar el vuelo, lo que a nadie sorprendería.
–¿Es la hija del extranjero? –preguntó Ainara Lena, la mujer más hermosa del pueblo.
–Sí, la salvaje –le contestaron en un suspiro.
Todos la envidiaban porque tenía algo incomprensible que la hacía muy distinta al resto. Aquella muchachita los había encandilado con su sonrisa traviesa y su mirada inocente. Los hipnotizaba cuando bailaba en la plaza abrazada a los rayos de la luna, y cuando corría cerca del faro con el cabello desordenado y la risa fresca. Siempre parecía feliz... Y apenas tenía nada.
–¿Qué hay de su madre?
–No lo sé. Cuando le preguntamos por ella, nos mira y sonríe, pero no nos contesta.
–¿Y su padre?
–Ya sabes quién es; el que volvió de América.
–Federico ya no pertenece a este pueblo –intervino Ainara, molesta.
Un pescador se rió.
–¿Tanto le odias por no elegirte a ti como esposa?
Las risas salpicaron su orgullo y Ainara se dio la vuelta y se marchó.
–No debes decir esas cosas –le advirtió uno de sus compañeros–. Ahora ella está casada con un hombre rico.
–Claro, cómo no. Olvidaba que el dinero está por encima del amor –dijo con ironía.
Mientras tanto, ajena a las malicias de los adultos, la niña contemplaba el horizonte.
<<¡Qué grandeza más absoluta!>>, pensó.
Se había sentado en el borde, desde donde podía balancear sus piernecitas desnudas, y dialogaba con aquella inmensidad. Amaba a las gaviotas, a las olas, a las mariposas doradas. ¿Cómo podía alguien acostumbrarse a esa belleza regalada? Su madre le había dicho que la naturaleza era, para muchos, una belleza invisible.
Miró hacia la playa, donde no dejaban de observarla, y sintió lástima. ¿No se daban cuenta de que el mar, su espuma, el aire, la arena y las rocas eran mucho más fascinantes que ella?
 


Previous
Next Post »
0 Komentar