María Teresa López Cerdán.
Dicen que si no alimentas el amor, éste acaba muriendo. El amor, por tanto, es algo por lo que tienes que luchar todos los días, una pelea constante, una guerra que te deja con el mejor de los sabores de boca.
Amor, esa es la solución. Su ausencia, el peor de nuestros problemas.
Amor por el desconocido, por el igual, por el que pasa hambre y por el que permite que esto ocurra. Amor por el vecino y por el vagabundo, por el creyente y por el ateo, por el de izquierdas y por el de derechas, por el africano y por el americano. Amor por amar, por querer, por vivir, por humanidad, por naturaleza. Amor sin condición ni apellidos, sin esperar algo a cambio, sin hipotecas ni intereses, sin solidaridad y con caridad. Amor, por definición.
Cuatro letras que, combinadas entre ellas, tanto dicen, tanto callan, tanto pueden romper y –sobretodo- tanto arreglan. ¿No sería todo un poquito más fácil si regalásemos algo del amor que tenemos guardado?...
Soy de esas idealistas que creen que el amor nunca se acaba porque es un pozo sin fondo, el mejor de nuestros recursos naturales. Un recurso, además, inagotable. Una auténtica fuente de ventajas y de beneficios.
El amor por los hombres se está enfriando, lo veo día a día, lo siento en cada mirada de desprecio, en cada noticia que leo, en cada caricia sin sentimiento, en cada ataque al prójimo que acaba por desencadenar una autodestrucción interior.
Demos ejemplo, que se acerca el verano, y que una buena ola de calor insufle a las calles del mundo esa bocanada de amor del bueno, del verdadero. Contaminemos el aire con esencia de puro amor y no dejemos espacio al dióxido de carbono. Contaminar el mundo con amor…, me atrevo a decir que esa es la solución a todos nuestros problemas.
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