"Muchachito de costumbres"

Nuria Martínez Labuiga.


De entre todas las especias, escogió la pimienta negra. El tarro de cristal se encontraba en la estantería más alta y, al intentar alcanzarlo, cayó al suelo. Junto a los cristales rotos las semillas se esparcieron por toda la cocina. Fue a tomar la escoba y el recogedor cuando le alertó un llanto. Se trataba de su hermano pequeño, que se había despertado con aquel estrépito.
Se acercó para calmarlo, pero no fue capaz. Abrió de par en par el ventanal y los visillos comenzaron a ondear suavemente. Acercó la cuna a la corriente de aire, pero el bebé continuó su rabieta. Entonces el teléfono comenzó a sonar. Dio a su hermanito un beso en la mejilla y acudió a cogerlo.
- Sí, mamá... No, aun no he limpiado los baños... ¿Eugenio? No, no está llorando... Te habrás equivocado con la radio,que la tengo puesta... Vale, mami. Hasta luego.
Colgó y se acercó al niño. Lo tomó en brazos para mirarlo y remirarlo.
-¿Qué te pasa?
Aquel plañido agudo le taladraba las sienes. Con mucho cuidado lo tumbó de nuevo y le acarició la coronilla mientras entonaba una nana y balanceaba dulcemente el moisés. Antes de terminar la canción, percibió un olor a quemado.
-¡La bechamel!
Se apresuró a retirar el cazo del fuego y a punto estuvo de resbalar con la pimienta. Apagó el gas y se puso a barrer, maldiciendo los desesperantes gritos del bebé hasta que, de pronto, se hizo el silencio. Miró hacia el salón: ni un sollozo, ni un hipido; nada. Se acercó hasta la cuna sin hacer ruido. El viento había llevado hasta ella el vuelo de los visillos, que el niño amarraba fuertemente con sus pequeños dedos, del mismo modo que acostumbraba a hacerlo con la peluda toquilla del invierno.
Hacía calor, tanto que la gente no salía de sus casas. Pero aquel pequeño ya era un muchachito de costumbres.
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