Rosa García Macías.
Llover no es sólo que caiga agua de las nubes, que todo se inunde de gotas y haya que equiparse con botas de goma, una cazadora, un paraguas y un arco iris en el bolsillo.
Llover no es sólo que haya que resguardarse bajo el alero de un tejado, o que el día esté tan gris que amenace una explosión de oscuridad sin estrellas.
Llover no es sólo que huela a húmedo, como a perfume, y la piel se nos ponga de gallina, ni tampoco es sólo una canción deprimente de un grupo que ya no se escucha.
Llover es estar calado hasta el alma, anhelando una hoguera. Es tener un ojo blanco y el otro negro, comer sin apetito y dormir, dormir, dormir...
Llover es sentir ganas de llorar, acurrucarse bajo una manta y desear ver alguna película de esas que inyectan azúcar hasta en las amígdalas, retener alguna frase de esas que se apuntan en una libreta.
Llover es ser lluvia y caer despacio sobre las ventanas. Ser una gota que corre detrás de otra gota.
Llover es estar sin mí. Llover es estar sin ti.
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