Desirée Arocas.
Su vida transcurría como dentro de una película italiana en blanco y negro. Cada mañana despertaba envuelta en el olor de perfumes embriagadores y se cubría con elegantes vestidos y pieles. Era una vida era perfecta en la que destacaba entre todas las mujeres del barrio por su belleza, por más que su principal virtud residiera en el amor que sentía hacia su único hijo, Paolo.
Paolo nació fruto de un amor propia de las mejores historias románticas que había leído su madre. Desde la infancia, fue un niño amado que ocupaba cada segundo de la vida de su progenitora.
Hasta que un día el tiempo se congeló.
Paolo sufrió un accidente: un coche que iba a más velocidad de la permitida en una zona escolar, lo atropelló. Pronto las sirenas llenaron aquel espacio de la ciudad. Paolo estaba en coma, sin esperanza de que le quedase mucho tiempo.
Su madre se derrumbó. Ya no sentía que era necesaria en el mundo porque su único hijo estaba a punto de morir.
Estaba sola en una sala del hospital, cuando una mano le rozó el hombro. Era una mujer mayor que se encargaba de buscar órganos para realizar trasplantes. Paolo podía seguir llenando de vida el mundo.
Aquellas palabras le hicieron entender que el corazón, los pulmones, el bazo, los ojos y los riñones de su hijo podrían ser útiles en el cuerpo de otros pacientes. <<Podrás sentir, cada vez que pienses en las personas que Paolo ha ayudado, que no has perdido a tu hijo del todo>>.
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