Belén Meneu.
Últimamente todo se achaca al estrés, un término que surgió hace unos años en los países más desarrollados. Se define el estrés como la ansiedad debida a la saturación por tareas que no te ves capaz de afrontar. Podríamos decir que llega a ser contagioso, pues aquel que lo sufre altera y “acelera” el ritmo de vida de los que le rodean. Existe, además, en muchos ámbitos: académico, laboral, social e, incluso, se le empieza a asignar a los animales. He llegado a oir que hay psicólogos para perros o que un conejo debía reposar porque se encontraba sometido a un gran estrés.
Está claro que el ritmo de vida que llevamos no es igual al de hace unos años. Por un lado, en el trabajo se exige más, sobretodo en los tiempos que corren, pues las empresas quieren conseguir el mismo rendimiento con el menor personal posible. Recuerdo a mi abuelo, que era agricultor, decir que cuando empezó a trabajar recogiendo naranjas debía llenar veinte cajas al día para sacar su jornal, pero que en los años antes de jubilarse, para conseguirlo, debía llenar sesenta cajas. En la actualidad debemos trabajar más para obtener los mismos beneficios y eso requiere más tiempo y energía.
El estrés también lo provoca nuestra forma de vida, especialmente la que llevamos en las ciudades. Nos hemos acostumbrado a estar siempre ocupados. Cuando disponemos de tiempo libre, intentamos aprovecharlo al máximo matriculándonos en el gimnasio, tomando clases de inglés o en cualquier otra actividad que consiga mantenernos activos. No podemos estar quietos y eso impide que nos podamos relajar y disfrutar, por ejemplo, de un sencillo paseo.
Así, el trabajo no es el único causante del estrés, sino que nosotros mismos lo producimos.
Tras una semana agitada llega otra en la que sientes como que te falta algo. Curiosamente, esta patología también existe y tiene nombre: “distrés“. Si el estrés se da cuando una persona se ve sobrecargada y saturada con actividades que no se cree capaz de afrontar, provocando ansiedad y depresión, el distrés aparece cuando no se tienen tareas estimulantes, llevando al individuo a una situación de aburrimiento y frustración. Ese “no hacer nada” ya no cabe en nuestra forma de vida.
¿Cómo conseguir, entonces, que el estrés no domine nuestras vidas y que a su vez el distrés no se apodere de ellas?¿Cómo mantener un equilibrio entre aquello que nos ocupa y el tiempo necesario para dedicarnos a nosotros mismos? Quizá podríamos conseguirlo relajando nuestras metas, siendo más realistas e intentando no exigirnos más de lo que podemos dar.
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