Lourdes Zurita.
Nunca supe a qué sabe la gloria, ni la derrota máxima. Nunca supe si se fijaron en mí por cuerda o testaruda, ni si alguna vez fui el centro de todas las miradas. Nunca supe el valor de mi influencia en otras personas, ni si lo hice todo bien. Si me guié por buenas intenciones o me equivoqué de camino. Nunca supe si funcionó el juego del "me quiere, no me quiere" con la margarita. Nunca supe cuánto pesaba mi alma, si estaba Dios ahí fuera, si estaría orgulloso de mí. Nunca supe si habría otra vida, otro mundo, otras personas detrás de la frontera de la muerte. Nunca supe el número exacto de especies que existen sobre el planeta, ni el de palabras que caben en el Diccionario ni el de los habitantes del mundo.
Nunca supe bien la historia de mi país, ni cada una de sus guerras y tratados de paz. Nunca supe elegir mi museo favorito, ni el nombre de pila de Velázquez ni el de todos sus cuadros aunque, siendo sincera, me hubiese gustado. Nunca supe a qué sabe el café con más de dos cucharadas de azúcar, ni la hora a la que sale el tranvía frente a mi casa.
Nunca supe aguardar más de diez minutos en una sala de espera, ni por qué todos los médicos son tan guapos.
Nunca supe lo que es viajar a Nueva York, Bruselas o Nueva Orleans. Tampoco supe a qué olían la India ni las flores exóticas. Nunca supe si regaba bien las plantas ni si cuando crecían era por las historias que les contaba.
Nunca supe si alguien llegó a oír mis terribles cánticos bajo la ducha, si olió mi pelo al levantarse el viento o si pensó que era una chica demasiado seria. Nunca supe mantener mi mente ordenada, mi alma impasible y mi cuerpo calmado.
Nunca supe cómo superar todos los retos que me proponía, ni cómo aprovechar cada oportunidad que me ofreció el camino. Nunca supe si realmente servía para algo que mereciera la pena: bailar, pintar, escribir… ¡Qué se yo!
Nunca supe lo que era ir en un coche descapotable y que el viento me enredase el pelo mientras lanzaba los brazos al aire durante una puesta de sol. Nunca supe mantenerme firme ante las adversidades, ni agradecer todo lo que ciertas personas hicieron por mí. Nunca supe aguantarme las lágrimas ni ocultar mis sentimientos, al igual que no supe esconderme de mis miedos y no llorarle a mi madre cuando todo se volvía contra mí.
Nunca supe lo que es morir de amor ni a qué saben los besos bajo la lluvia, ni siquiera el significado de un <<te quiero>>. Nunca supe comprender la melancolía ni el sufrimiento del mundo. Nunca supe qué era mejor: hablar o callar cuando no estaba segura de qué decir. Nunca supe expresarme, no ponerme nerviosa cuando me miraban fijamente. Nunca supe comprender el origen de mi mal humor ni resolver mis dudas.
Nunca supe prometerle a alguien la luna, no cegarme al mirar al sol, cumplir el deseo que pedía a una estrella fugaz.
Nunca supe si era buena persona y si la bondad serviría para algo. Quizá tampoco supe interesarme lo suficiente por las cosas, ni si fueron casualidades las que me llevaron a esta situación.
Y ahora, siendo honrada, puedo afirmar que esta vida me ha sabido a poco, pues apenas me queda tiempo antes de mi último suspiro. Así que lo que vengo a deciros es que sepáis apreciar todo los que os rodea, porque es demasiado hermoso como para ignorarlo.
Id, conocedla, experimentadla, vividla... Si en dieciséis años la vida se me ha quedado corta, tened vosotros el valor de descubrirla hasta el final.
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