Suyay Chiappino.
Tenía sed de escritura. Su estómago rugía por hambre de palabras que colmaran el vacío irremplazable. ¿Cómo era posible que ya no acudieran a su cabeza todas esas historias, esas imágenes, esas acciones que antes barruntaban en su interior? ¿Dónde había ido a parar la inspiración? ¿Por qué sus manos ya no eran capaces de redactar? Sus dedos golpeaban el teclado con movimientos mecánicos: la fluidez que antaño los guiaba, se había perdido.
Se mordió el labio hasta hacerse daño, con los ojos clavados en la pantalla. A pesar del picor, no los apartó del cursor que desaparecía y reaparecía sobre la hoja en blanco. Respiró profundo, tratando de encontrar los sonidos adecuados en su interior para comprender el enredo que en alguna parte de su mente se había formado: vio muchas palabras, de diferentes colores, fuentes y tamaños. Se entrecruzaban, se quedaban enganchadas las unas a las otras, se confundían… Algunas se quedaban colgando y otras aparecían aplastadas por las demás, que iban formando una masa inmensurable.
Siguió controlando la respiración mientras trataba de acercarse al amasijo. Con solemnidad se atrevió a tocar la primera letra que tuvo delante. Cerca de allí, un resoplido irónico le lanzó una idea como un fogonazo. Dueña de su propia mente, supo el por qué de ese pensamiento: le había causado gracia que la primera letra que tocara fuera una “A”.
Apartando la burla de su camino, trato de avanzar entre el laberinto de formas. Empujó las primeras palabras amontonadas, que cedieron con relativa facilidad a la presión de sus manos frías. Le sorprendió comprobar lo sólidas que eran al tacto, la firmeza con que aquellas palabras existían en su cabeza. Siguió adentrándose entre el caos tratando de salvar las frases que podía, pero hasta el momento no había logrado nada coherente con sus vanos esfuerzos.
Cuando las desenganchaba de una vocal, aparecía alguna consonante prendida a un espejo inesperado. Y es que entre las palabras había multitud de espejos. Mirara donde mirara, solo encontraba tinta derritiéndose de los puntos de las “i”, de la punta de las “t”, de las esquinas de las “z”…, una maraña de sílabas atadas entre sí y muchos espejos en los que veía su imagen reflejada.
Empezó a angustiarse. Sentía una mezcla de desesperación, tristeza, impotencia, rabia, frustración y, en cierto modo, dolor. Le dolía tener una carga tan pesada en un recoveco de su cabeza, la enfurecía no poder destrabar ese nudo en su cerebro y la confundía no encontrar un atajo entre las palabras. Tal vez fuera únicamente un simple gesto el que lograra derrumbar toda esa fortaleza mal construida. ¿Cómo habría ido inconscientemente forjados los cimientos para crear semejante monstruo?...
Trató de pegar patadas en todas direcciones; sus manos arañaron las piedras en las que se habían convertido esas palabras en su mente, olvidadas, ancladas, flotando en una cámara inaccesible, pero sólo logró que la escena se repitiera incesantemente, multiplicándose en las superficies lisas y brillantes de los espejos.
Agotada, dejó de gritar y en el silencio percibió en sus oídos el eco de su voz alterada. Su pecho se hundía y se hinchaba de manera violenta, llenando los pulmones de un aire contaminado.
Abrió los ojos. Delante de ellos cuanto había era un cursor parpadeante sobre una hoja en blanco.
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