"El luto de la oruga"

María Álvarez Romero.


Quizás ya nació mariposa y fue testigo del luto de la oruga, pensó con amargura.

Su cuerpo resultó no más que una masa rosácea. Pequeña, colorada y, para su madre, perfecta. No era por tanto curioso el hecho de que asemejasen tal criatura con una larva de gusano. Al fin y al cabo, durante sus primeros minutos en el exterior había luchado de igual forma por saludar a la vida.


No obstante ella no estuvo de acuerdo con el símil. Un ser tan bello no podía rebajarse a la altura de una lombriz. En todo caso, quizás, pudiera haberse comparado a una mariposa.


Y desgraciadamente, años después, comprobó que no se equivocaba.


Tal vez no insecto, pero en cuanto a evolución se trataba iba un paso por delante. La larva había desaparecido bajo un capullo de tecnología e información prematura. La niñez se había esfumado para explosionar en un adulto de apenas un metro de altura. Máquina de carne adaptada a la época, a su cultura y a una educación individualista.


Ya no jugaba, competía. No pedía, exigía. No compartía, quitaba. Pues la sociedad le había enseñado que la inocencia de poco sirve a la hora de pisar al prójimo, para ver desde un punto de vista a mayor altura. Sin humildad, generosidad ni valores.


Suspiró, entristecida. En sus manos tuvo a la larva. Quizás debió esperar a que la evolución le fuera componiendo su propio camino en lugar de envolverlo a destiempo en la búsqueda de su mariposa.
 
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