"Diente de tiburón"

María Teresa López.



Se llamaba Hugo y aquel verano tenía cuatro años.

Su piel era de color del chocolate. Bueno no, en realidad era café con leche, pero con más de café que de leche. Su padre sí que era del color del chocolate; su madre, café con leche, aunque menos café que Hugo.


El pequeño apenas medía medio metro. Tenía ese pelo rizado propio de los africanos, que se asemeja un estropajo de cocina. Estaba muy delgado, aunque sus espaldas eran bastante anchas en comparación con el resto del cuerpo. Bueno, todo esto son detalles sin importancia cuando te fijas en sus ojos y su sonrisa. Esos ojos son capaces de sumergirte en el mar infinito de las ganas de vivir, como esa sonrisa picarona que resaltaba en su carita. Hugo transmitía tanta paz, que al mirarlo se te olvidaba el resto del mundo.


El problema de Hugo era el aburrimiento al que se encontraba sometido día tras día. Vivía en una ciudad costera de España. Sus padres trabajan en el paseo marítimo. Su mamá se dedicaba a hacer trenzas, sobretodo a las turistas inglesas y noruegas. Su papá vendía DVDs pirata de las películas del momento y los últimos CDs del mercado. Así que el pequeño se sentaba en la barandilla y miraba el mar. Se preguntaba por qué tenía que quedarse con sus padres en el paseo, si él quería bajar a la playa.


Un quince de agosto todo cambió. Apareció Elena, una muchacha de Madrid, de dieciocho años y con el corazón más grande que su altura, que ya es decir porque jugaba al baloncesto. Tenía un cuerpo atlético, los rasgos marcados, el pelo largísimo -liso y castaño- además de una boca bastante grande, para que su sonrisa pudiera verse a distancia.


Aquel día Elena fue al quiosco a comprarse un helado para no morir de calor. Entonces lo vio. Hugo estaba a su lado, mirándola embelesado. Ella le preguntó que si también quería un helado y la respuesta del pequeño fue irse corriendo hacia su mamá. Ella compró dos polos de limón y fue donde la madre. Le dijo que su hijo era el niño más bonito del mundo. Para ser café con leche (más café que leche), se le vio colorado ante los piropos de la chica antes de sonreír y esconder la cara. La mujer le dijo algo en un idioma que la madrileña no entendió, pero cuando el niño le cogió el helado y le dio las gracias intuyó de qué se trataba.


Al día siguiente la jugadora de baloncesto volvió para ver a Hugo y le preguntó si le gustaría bajar a la playa con ella, pues seguro que estaba aburrido de ver a sus padres trabajar. Hugo le dio la mano.
Así pasó el verano: Hugo y Elena se comieron muchos polos de limón, se mancharon de crema solar, construyeron castillos de arena y los destruyeron entre carcajadas, tomaron el sol y la sombra, pasearon por la orilla, pescaron cangrejos y camarones, se hicieron muchas fotos, hicieron rebotar piedras en el agua, aunque lo que más les gustaba era cuando se metían en el mar y Elena buceaba, salvo la mano que sacaba a la superficie, haciendo el tiburón. Ella le perseguía hasta que lo alcanzaba, lo cogía por el pie, le hacia cosquillas y lo lanzaba al aire.


El verano acabó. Llegó septiembre y, con él, el punto y seguido a una amistad. La última mañana antes de volver a Madrid, Elena fue al paseo marítimo y caminó al quiosco en el que conoció a Hugo. Esta vez no venía a llevárselo a pasear sino a despedirse. Hugo, al verla, corrió hacia ella y la abrazó. Después le dio la mano y se dispuso a bajar a la playa mientras le decía adiós a su mamá. Elena le dijo que no podrían jugar más al tiburón. Al ver la cara de desilusión del pequeño, no pudo evitar llorar y reír a la vez. Lo llevó hasta su madre y le dio las gracias por haberle dejado vivir un mes junto al niño.


Cuando Elena se marchaba escuchó que la llamaban. Se dio la vuelta y se encontró con el padre de Hugo, con el que nunca había hablado. Su cara no era muy amigable, pero le cogió la mano y le dio un cordón negro que llevaba atado un triángulo blanco. Elena le preguntó qué era aquello. <<Es un diente de tiburón. No lo pierdas y así recordarás el verano que has pasado con mi hijo. Yo siempre le hablaré de la jugadora de baloncesto a la que lo mejor que se le daba era jugar a hacerle feliz>>.
 
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