Beatriz Fernández Moya.
<<Hija, a veces, la vida es doblemente injusta>>, me dijiste entonces, <<te quita lo que más quieres y no te da la posibilidad de luchar para recuperarlo>>. Ahora te observo mientras las luces de la televisión te iluminan con intermitentes flashes, y aprendo a conocer todo lo que nunca me has contado de ti.
Sé que la mayor parte del tiempo evitas mirarlos, porque cuando lo haces te hipnotizan de tal manera que las horas pasan y, al cabo de un rato, te encuentras con la vista fija en la oscuridad. Mientras tanto cavilas, recuerdas, acaso buscas una explicación. Pero no la hay y ambos lo sabemos. La vida es caprichosa; tiene en sus manos el poder de satisfacer todos sus antojos.
Puede que la última vez que habláramos fuera en su funeral. Tal vez porque ya no nos queda nada que decir. El hueco que ambos tenemos en el pecho no se puede llenar con palabras.
Creo que hasta entonces había tenido claro el concepto de uno más uno. Pero pasa el tiempo y, cuanto más te observo, menos capaz me veo de entenderlo. Día a día he comprobado que para ti uno más uno representa un dolor infinito, que se atenúa a ratos pero nunca desaparece. Uno más uno representa una carga mucho más grande del doble de la que solías llevar. Uno más uno es igual a soledad. Uno más uno significa que portas dos alianzas en el dedo, la tuya y la suya, y que tu amor por ella durará mucho más de lo que la muerte ha tardado en separaros. Y te admiro por ello.
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