Sara Mehrgut.
El carruaje, tirado por un solo caballo, avanzaba lentamente entre los campos de labor aletargados por el frío de octubre. Aunque el cielo estaba encapotado, un rompimiento de gloria iluminaba el campanario bajo el que un niño jugaba a las canicas.
-Claude, la tía Clementina te está esperando -le dijo su madre desde el portal-. ¡Corre a la clase!
Las calles estaban desiertas: el gélido y pálido ambiente recluía a los mayores dentro de sus casas, pero la tía Clementina le aguardaba fuera.
-Pasa rápido mi niño -le apremió nada más verle-. Madame Mauté de Fleurville, está a punto de llegar.
Al entrar, Claude encontró el fuego en la chimenea y, sobre ella, una delicada bailarina.
En el pequeño taller de porcelana, que poseía su padre cerca de la capital, había crecido el muchacho aprendiendo el oficio, pero durante la guerra franco prusiana su padre se unió a las filas revolucionarias y ahora permanecía en prisión.
Claude se miró las manos, la herida aún era perceptible, tan sólo habían pasado unos meses desde que su padre se la cosiera.
-Padre, tus manos son ásperas y duras.
-Sí hijo. Dentro de unos años, tú las tendrás igual. En las manos se reflejará tu trabajo; vas a ser un gran artista.
La tía Clementina, sacudiéndole el hombro le sacó de su ensoñación. Llegaba acompañada por la señora más mayor que Claude había visto. El carmín de sus labios destacaba exageradamente en su pálido rostro hecho arrugas.
-Claude, ¿pero es que nunca habías visto el fuego? -bromeo su tía-. Atiende: te presento a tu nueva profesora, madame Mauté de Fleurville; te preparará para tu ingreso en el conservatorio nacional de música.- el joven asintió tras una tímida reverencia-. Muéstrale tus manos a la profesora, las examinará. madame Mauté ya preparó a muchas jóvenes promesas antes que a ti. Y es la suegra de un poe…- Fuese lo que fuese a decir, quedó interrumpido ante una mueca de disgusto de la profesora.
-¡En mi vida vi a tan tierna edad unas manos más descuidadas! -susurró grave la anciana- Los dedos son finos, pero tiene las uñas roídas y hay callos. Esto es impensable. ¿Quién puede trabajar con estas manos?
Asustado, Claude se alejó de aquellos ojos azules que lo miraban con desprecio. Huyó, refugiándose en otra habitación. En cuanto escuchó a su tía llamarlo, se escondió entre los faldones de una mesita de té.
Tía Clementina acomodó en el saloncito a madame Mauté, a la que se disculpaba una y otra vez por la mala conducta de su sobrino. La anciana aceptó un vaso de licor. Clementina llenó dos vasos sobre el aparador.
-No sólo soy suegra del poeta Paul Verlaine, reconocido mundialmente. Fui discípula de Chopin. ¡No pienso aceptar mas desaires de un niño de provincia!-estalló alzando la copa, que derramó parte de su contenido sobre la delicada alfombra Aubusson, provocando un gemido de tía Clementine.- ¿Sucede algo?
-No, no... Claro que no. El comportamiento de Claude no se repetirá. Por favor, déjeme que le enseñe nuestro piano.
Sonó un Do, seguido de un Mi y un Lla sostenido, y de nuevo la primera nota con la que comenzó una vibrante melodía. A Claude la música le caldeaba el corazón. Quería ver cómo la anciana lograba arrancarle sentimientos al viejo piano de su tía. Inconscientemente, se incorporó y una canica cayó de su bolsillo y corrió entre los listones de madera.
El pequeño la recogió sigilosamente en el marco de la puerta y embelesado escuchó el final de la canción.
Entre visillos, observando la tarde glacial, tía Clementine apuraba su bebida.
-Claude, acercate.
Madame Mauté de Fleurville continuaba de espaldas, pero no era el timbre de su tía el que había susurrado su nombre.
De alguna forma aquella música le había arrebatado el orgullo y el miedo por el que había huido. Mientras sonaba, los recuerdos de su padre le invadieron. No era nostalgia sino felicidad. Le dolía el pecho.
El pequeño se sentó en el taburete.
-La espalda bien recta.
Puede que con el tiempo y de otra forma llegase a ser un artista.
Quizás Claude Debussi devolviese al mundo la emoción que trae consigo escuchar una canción.
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