"De mi puño y letra"

Belén Meneu.


Bajo del autobús y me dirijo a casa. Tras abrir la puerta busco la llave del buzón y recojo la correspondencia. Subo las escaleras y a la vez la voy revisando mecánicamente para encontrar facturas, cartas de banco y publicidad. Pero un sobre me llama la atención, pues está escrito a mano, algo queno se ve todos los días. Busco el nombre del destinatario y, con gran sorpresa, descubro que es el mío.
¿Recordáis la última carta que os escribieron? ¿La emoción anticipada por saber quién la ha escrito y qué pondrá?
Parece que el papel ha quedado obsoleto y ha cedido su lugar a los e-mails. Es verdad que estos le aventajan, sobretodo por su inmediatez. En la actualidad no podemos permitirnos una espera de tres días para recibir un mensaje. Pero aun con todos los aspectos positivos que nos aportan las nuevas tecnologías, es una pena que perdamos la ilusión al recibir una carta y sonreír mientras recorres sus líneas, imaginando a ese amigo que te escribe, bolígrafo en mano, la misiva que más tarde leerás.
El efecto de las cartas es algo incomparable al efecto, o más bien al no efecto, que nos produce el aviso de un nuevo correo o mensaje privado. Son sensaciones que no se pueden, ni de lejos, igualar.
También pasa a ser extraordinario recibir postales o, incluso, una experiencia tan bonita como encontrar en una caja del desván decenas de cartas de algún amor ya olvidado, sacudir el polvo que las recubre y sorprenderse recreando memorias mientras aspiras el olor del papel viejo. Desgraciadamente, son sensaciones que nuestra generación no vivirá.
Lo mismo ha ocurrido con las cámaras digitales. Cientos de fotografías se almacenan en algún recoveco de nuestro ordenador mientras el número de álbumes familiares dejó de crecer años atrás. Y ya no existen aquellas tardes en las que, apiñada en el sofá junto a la chimenea, la familia recorre sonriente -foto a foto- los viajes, cumpleaños y excursiones a la playa, comentando las memorias que han modelado nuestra historia.
Así que animo a retomar esas ilusiones, porque ver una foto en la pantalla del ordenador no produce la misma alegría. Tampoco la producen los correos electrónicos, que en algún momento borraremos o desaparecerán en la red.
No podemos permitir que las tecnologías fagociten la comunicación artesanal. Pensando en la gratitud que experimento al recibir la carta de algún amigo, me sumo a los que recogen decenas de postales en sus vacaciones y preparan felicitaciones para la Navidad, dispuestos a escribirlas de su puño y letra para enviarlas a quienes más aprecian, que seguro las guardarán y agradecerán más que otro e-mail o comentario más en su tablón.
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