María Álvarez.
<<Tienda de rostros, escaparate de ilusiones.
>>No somos cualesquiera. Nuestros rasgos son diferentes: desde albinos cual querubín renacentista de pelo ensortijado, hasta robustos angelotes de tez morena y ojos de chocolate. A elegir en altura o talla estándar. Altos, bajos, anchos, delgados…, la medida no será problema. Exóticos cabellos del color del trigo hacen furor estos días y también serán posibles bajo nuestra tutela. Tan sólo permítanos saciar sus deseos.
>>No hablamos del azar, sino de su futuro, de su vida. Su bienestar nos importa más que la naturaleza. Pero no se sienta intimidado por la creación, vamos. Ella nos originó a nosotros y a nuestro progreso, así que apoyamos el avance y la subsistencia de la humanidad. Apostamos por algo bello, por el germinar de una nueva vida. Esa semilla somos nosotros y el fruto de su felicidad.
>>Y no estará podrido: jamás permitiremos que el resultado esté corrupto. Nuestra cosecha será selectiva e implacable, sin malas hierbas en el jardín, al que cubrirán flores fragantes, siempre dispuestas para ustedes.
>>Queremos su felicidad y trabajamos duro para conseguirla. Únicamente tendrá que confiar en nosotros. El resto, déjelo en nuestras manos>>.
La pareja escuchó complacida el monólogo. Tras un intercambio de miradas de mutua aprobación, la futura madre alzó la mano de índice selectivo y, dirigiéndolo cerca del lateral derecho de la exposición, dictaminó:
–¡Quiero ése!
El vendedor la miró en una caída de párpados, satisfecho con la elección.
–Como deseen los futuros padres.
Dicho esto, extrajo un arma que llevaba sujeta a la espalda y, con un rápido movimiento de brazo, ante el horror de aquellos dos clientes, fusiló al resto de niños que había presentado durante su brillante exposición y que no habían tenido la misma suerte que el elegido.
Los ojos perdieron su luz y la tez morena pasó del cálido al frío. Los caracoles se salpicaron de sangre y las cabezas que los portaban perdieron su sujeción para terminar estrellándose contra el suelo. En definitiva, se esfumó la vida con la misma facilidad que surgió. Manipulada, manoseada cual ratón de laboratorio.
–Gran elección, mi señora –sonrió el hombre, moviendo con delicadeza la barbilla de la mujer con el apoyo de la boca del fusil, para apartar su mirada desencajada de la masacre. Colocó sus ojos sobre el elegido y único superviviente, dormido y ajeno a la destrucción que le rodeaba-. Tendrá usted un hijo precioso.
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