Rosa García Macías.
Se habla de conceptos como “hipocresía”, “egoísmo”, “demagogia”, “cinismo” y “crisis”, y aquél que utiliza -aunque sólo sea una- estas palabras, queda bien, académico, moderno y “progre”. Pero, ¿qué significan? Preguntémosle al moderno académico, y daremos pie a un discurso político (parece que hoy sólo sabemos hablar de eso) y nos dirá algo sobre un partido, achacará tales conceptos al partido contrario, por supuesto, y terminará dando a entender que él, visionario, es el único que ve la situación de forma objetiva y que, por tanto, es nuestro salvador.
No obstante, ¿qué ocurre fuera de la política? ¿Hay algo más fuera de ella? Porque a mí, personalmente, “egoísmo” me suena a la ausencia de un valor vital; veo la “demagogia” utilizada día a día como la retórica de Platón; el “cinismo” presente en caras, miradas y corazones que ya no se acuerdan de que es posible amar al prójimo, y veo una “crisis” –y añado- humana.
Nos estamos introduciendo en un mundo egoísta donde decir “lo mío es mío” se ha convertido casi en una regla moral; en un mundo donde las máscaras se han transformado en la cara real porque hemos olvidado sonreír desde dentro, sin forzar (pruébenlo, levántense y crean que la vida es bella, si se miran al espejo observarán que la sonrisa del reflejo no es dolorosa y que, incluso, sienta bien); en un mundo donde ya no pensamos en aquél que no es yo, porque eso nos supondría un problema. Eso sí, puede que después veamos un anuncio en televisión donde aparezcan niños de África desnutridos, y entonces sí, algo se active en nosotros hasta el punto de hacernos socios de una entidad a la que donemos una cierta cantidad al mes para creernos, de este modo, buenas personas. Ahora bien, si el vecino necesita sal, contamos los granos, no vaya a ser que el tío jeta se aproveche de nuestra inabarcable caridad.
No confiamos en nadie. En un mundo sometido a la globalización, nos encontramos cada vez más con individuos aislados, cada uno en constante alerta por si el otro decide aplastarle. El egoísmo, el cinismo, se convierten -parece ser- en necesarios; y si tú decides que eso no está bien, sufrirás las consecuencias, la culpa será tuya y el antisistema serás tú. Si te roban, tú eres el culpable, por no haber llevado atado con cinta aislante el bolso a tu cuerpo; si sufres agresiones, la culpa es tuya por caminar a ciertas horas de la noche sin una escopeta guardada en el bolsillo. ¡Hay que ser precavidos! ¡Si es que parece que vas llamando a la desgracia con esa ropa normal, con ese bolso normal, con esa actitud normal!
¿A dónde estamos llegando? ¿Qué valores, o mejor dicho, qué contravalores se están convirtiendo en valores? Quizá incluso se me rebata por que pregunto demasiado. ¿Para qué querré indagar tanto? ¡Si la tele dice que como se entrena el cerebro es con videojuegos de sumar y restar!
Tenemos una opción –siempre la hay, lo cual también se nos ha olvidado-: o bien reflexionar sobre nosotros mismos, sobre la clase de personas que queremos ser, o bien asentir con la cabeza y aire taciturno, encender la tele y olvidar a base de cinismos, demagogias egoístas y todo aquello que acompaña a la palabra “crisis” de manera ininterrumpida entre tal batidora de humanidad.
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