"Una mirada única"

Rafael Contreras.



José contempló su imagen en el espejo. Un rostro de pelo alborotado, dientes de leche y redondez infantil le devolvió la mirada. Y no una mirada cualquiera sino la de alguien que padecía estrabismo.

Sintió cómo se le escapaban dos lágrimas. Sus compañeros de la clase le hacían burla, preguntándole por qué miraba más allá del hombro cuando se dirigía a alguien. Él siempre se había reído, no había dado muestras de que le molestaran aquellos comentarios, cuando en realidad le dolía de veras. Pero lo de aquel día había sido la gota que había colmado el vaso.
 

Marcos, el matón de la clase, se había encarado con él, como hacía con todos, y había comenzado a gritarle que lo mirara a la cara. El pobre José así lo había hecho, pero parecía que no lo consiguió, pues Marcos le propinó un puñetazo que tumbó al pequeño en el suelo. Acto seguido, toda la clase comenzó a corear un motete: <<¡bizco...! ¡bizco...!>>, incluso Pedro, su mejor amigo. Un coro de risas se elevó a su alrededor.
 

José, con las mejillas al rojo vivo, había salido corriendo y ahora se encontraba en uno de los cuartos de baño del colegio, maldiciendo que le tocara sufrir aquella cruz, tener que soportar la mala idea de los demás.
 

Se rompió en sollozos. <<¿Por qué tengo que ser un bicho raro?...>> ¿Qué razón había para que él, que nunca hacía daño a nadie, tuviera que padecer la maldición del estrabismo?

Se abrió la puerta. José se giró violentamente, aún moqueando, para toparse con la señorita Belén.
 

-José, ¿qué haces aquí?
 

No le respondió sino que se lanzó a los brazos de la profesora para, temblando, continuar el lloro a moco tendido. La mujer, algo sorprendida al principio, se conmovió. Lo cierto es que a José, Belén le recordaba un poco a su madre, pues ambas eran de la misma edad y poseían una bondad natural que las distinguía de las demás mujeres.
 

-Vamos, vamos -intentó calmarle. Le acariciaba el pelo-. Cuéntame qué ha pasado.
 

El niño se sorbió la nariz y la miró con sus ojos bizcos.
 

-Los de mi clase piensan que soy raro.
 

Belén frunció el ceño.
 

-¿Por qué?
 

José apretó los brazos de la señorita con las manos.
 

-Porque… -se notó inseguro- Por mis ojos… Son vagos… Y eso les hace burlarse de mí -calló de pronto, consciente de que se estaba comportando como un chivato, lo más despreciable que podía hacer un alumno-. No me importa; es solo que…
 

La profesora lo silenció con un gesto y, a continuación, sonrió:
 

-¿Y qué pasa por que sean vagos?
José la miró, sorprendido.
 

-Que no son normales. Son unos ojos raros.-respondió como si fuera obvio.
 

La sonrisa de Belén se hizo más ancha.
 

-No. Tus ojos son especiales. Pueden ver cosas que nadie ve porque tienes la mirada cargada de bondad. ¿Sabes, José, lo que les pasa a tus ojos?
 

Negó con la cabeza.
 

-Que son capaces de ver más allá de lo que ven los demás. Eso distingue de cualquier otro niño; te hace ser único.
 

José se sorbió la nariz una tercera vez. Ya estaba calmado. Además, aquella profesora tenía razón: el estrabismo estaba en él, pero ese rasgo le hacía único, diferente del resto de los niños.
 

Imitó a la profesora y sonrió a su vez.
 

-Gracias, seño.
 

-De nada -le respondió, contenta porque ya no lloraba-. Y ahora, a clase, que es tarde.
 

José se marchó corriendo, muy feliz. La señorita se incorporó mientras contemplaba el lugar por el que el pequeño se había marchado. Con tal de hacer a un niño sonreír, merecía la pena aquel oficio.
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