Jon Asier Bárcena.
Seguramente todos conocemos gente que, mano en pecho, afirma constantemente que ama a su patria, sea esta su villa, su nación o el mundo entero. Yo no sé qué tiene que hacer uno para demostrar su patriotismo, seguro que hay mil y una formas, pero lo que sí sé es cuando el propósito se queda en arrogantes palabras que podrían pronunciarse en plena taberna, birra en mano.
No es patriota aquel que no tiene escrúpulos a la hora de destrozar los paisajes naturales, ya sea convirtiendo bellas playas en ciudades con arena y agua, o bien contribuyendo a quemar los bosques de la Madre Gaia, hasta el punto que si de ellos dependiera, no disfrutarían la naturaleza ni nuestros hijos… ni los suyos.
No es patriota quien defiende el capitalismo salvaje. Muchos gentilhombres han tenido la amabilidad de arrancar nuestro corazón industrial para llevarlo a países en los que se pueden aprovechar de unas condiciones laborales precarias. No tienen ningún escrúpulo para dejar desamparados, sin empleo, a obreros de su tierra en aras de abusar de otros. Como si se tratara de un péndulo, cuando un país logra mejoras sociales significativas, el Estado oscila hacia un liberalismo de marcado corte monetario. ¡Maldita pescadilla que se muerde la cola!
Un patriota no roba a su país, ni estafa ni elude sus obligaciones con la Hacienda, aprovechándose para declarar su numeroso patrimonio en paraísos fiscales. Tampoco intenta colarse en el poder para sacar la mayor tajada posible para su beneficio, ni deja al Estado en ruinas parecidas a las griegas.
Los que destrozan la nación suelen focalizar el sentimiento de culpa hacia las personas equivocadas. El terrorismo y la violencia callejera parecen arañazos frente a las auténticas cuchilladas de quienes no sienten inconveniente en hacer de su capa un sayo con tal de aprovecharlo todo en su propio y exclusivo beneficio.
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