"Esperpento en clase de Física"

Jon Asier Bárcena.


Tras comer unas setas deliciosas, entro en el aula de Física. Al fondo aprecio unas enigmáticas cajas negras, que llevan años sin abrirse, al menos en público. A su lado hay unas vitrinas en donde se exponen diversos aparatos de laboratorio, viejos en edad, mas, ojito, vírgenes en uso. Estos instrumentos son semillas que podrían germinar nuestro gusto científico si salieran alguna vez de su cáscara.

Entran los estudiantes. El profesor imparte la lección. Algunos alumnos intentan memorizarla, como buenos científicos. Sin embargo el profesor es malo, muy malo, el más malo... Le cuesta entender que diez fórmulas con sus constantes y sus exponentes no se memorizan de un día para otro. Otros charlan o dormitan, según el día, puesto que saben que la lección se la explicará su profesor particular, ese cuya peor pesadilla es que los alumnos aprendan a aprender. ¡Sería como asesinar a la gallina de los huevos de oro! Unos pocos camaleones se camuflan silenciosamente entre la gente, ocultando su vicio, su vergüenza, su estigma: currar para obtener sobresalientes. ¡Qué locura la suya!
De cuando en cuando, el profesor hace un intento para que los alumnos razonen de dónde sacan las fórmulas o para que hagan un boceto del que se puedan deducir las ecuaciones. Pero, si han aprobado (¡algunos, gracias a él!) en años anteriores sin hacer semejante esfuerzo, ¿no es, acaso, razonable preguntarse por qué va a tener que ser este curso diferente?


Suena la sirena. Al salir, algunos jóvenes lamentan haberse apuntado a Física. Pensaban que ciencias era otra cosa: asignaturas técnicas donde con un poco de talento, una espontánea idea feliz y trabajo de última hora se podría aprobar. Asignaturas donde se aprenderían fórmulas y el mayor esfuerzo consistiría en el tiqui-taca de operar. En su defensa cabe alegar que tampoco es, únicamente, su culpa pensar así, pues muchos sacaban notables en Matemáticas durante los años de educación obligatoria gracias a un trabajo de ultimísima hora. Es más: nadie movió ni un dedo para evitarlo; porque, señores y señoras, lo importante es que nuestros jóvenes posean títulos, aunque estén vacíos en conocimientos.


¡Qué pena que las setas que ingerí no fueran alucinógenas! Porque parecer, lo parecen.
 
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