Beatriz Fernández Moya.
-Papá, ¿qué me dices de Ingeniería?
-Una carrera dura y que exige mucha dedicación. Sólo te viene como anillo al dedo si estás dispuesta a prescindir de tu vida social.
-¿Arquitectura?
-Muy vocacional y tú nunca te has interesado por ella. Además, el dibujo no se te termina de dar del todo bien.
-¿Matemáticas?
- Te falta capacidad de concentración y, por supuesto, no tienes el grado de abstracción necesario…
Aquello fue un golpe bajo que cerró de lleno la discusión sobre su inminente futuro. Aún le quedaban unos días; ya lo decidiría.
***
Le temblaban las manos y el corazón le latía a mil por hora. Delante de ella, una puerta de hierro de un tono azul celeste. No había motivos para estar nerviosa. O, ¿sí los había? Abrió la puerta con decisión, entró en la enorme habitación y subió a la tarima. Cuando se volvió para mirar a la clase todo el mundo la contemplaba en silencio. Un alumno levantó la mano pidiendo la palabra. Ella asintió con la cabeza para que empezase a hablar.
-Soy el delegado. Quería decirle, de parte de toda la clase, que sentimos mucho lo de su padre. Él nos daba matemáticas el año pasado y todos guardamos muy buen recuerdo de sus clases.
-Muchas gracias, de verdad. Espero que ustedes disfruten también de mis clases.
Intentó sonreir pero no pudo. Comenzó a escribir en la prizarra: “Tema uno: Derivadas”. Pensó en su padre, ¿quién hubiera podido decirle que acabaría siguiendo todos y cada uno de sus pasos? Solo esperaba estar a la altura.
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