Rafael Contreras.
José se había metido en un buen lío. Estaba sentado en el despacho del director, mientras éste lo contemplaba con la espalda apoyada contra el respaldo de su asiento y a la espera de una explicación que justificara aquel comportamiento.
-¿Y bien? -preguntó de nuevo don Juan-. Me vas a decir de una vez qué ha pasado.
José miró le miró a los ojos. Era un alumno aplicado que nunca se metía en líos ¿Qué le estaba ocurriendo aquel curso? Estaba en segundo de Bachillerato y era el momento de sentar la cabeza, pero en él la situación era la contraria: le habían expulsado varias veces de clase, habían descendido sus notas e, incluso, se había peleado. Y no con cualquier persona: se trataba de su mejor amigo, Mario Delgado, el que una vez fue como un hermano para él. Quizás eso era lo peor de todo. No el ojo morado si no que Elisa, la chica que le gustaba, se hubiera enterado de lo que sentía por ella. Porque de eso se trataba: José había depositado su confianza en Mario, confesándole su amor por Eli, y éste se lo había contado a la adolescente. ¡Le había traicionado! Y eso era lo más doloroso para él.
Pero no podía contárselo a don Juan. Sería ponerse en ridículo. Debía asumir en silencio las consecuencias de los actos cometidos.
Ante su silencio, el director decidió cambiar de táctica:
-Me extraña que un alumno con una trayectoria tan ejemplar como la tuya, se comporte de esta manera. ¿Qué es lo que te pasa, José? ¿Hay algún problema en casa?
El adolescente negó con la cabeza. Don Juan jamás lo entendería.
-¿Acaso estás enamorado?
La pregunta cogió por sorpresa a José, que dio un respingo mientras una mirada de triunfo asomaba a los ojos del director.
-¿Tiene Mario algo que ver con esa chica? Deduzco que sí. Mal de amores… Bendita juventud -para su sorpresa, don Juan sonreía amablemente-. Yo también fui joven.
José no dijo nada. Se sentía demasiado abochornado para hablar.
-Me extraña vuestra pelea, porque tenía entendido que erais muy amigos…
-Él se lo contó -soltó de improviso-. Le dijo lo que sentía por ella. Traicionó mi confianza después de todo lo que he hecho por él.
-Así que creías que era tu amigo y te ha demostrado que no es así -se echó hacia delante-. En la vida, José, te encontrarás muchas personas que te decepcionarán. Y te dolerá si antes las apreciabas, pero para eso está la juventud, para aprender. En cuanto a la chica, en la adolescencia os cuesta mucho controlar los impulsos que provoca el amor.
José permaneció mudo. Sobraban palabras para negar lo evidente y estaba sorprendido de que don Juan, al que en el colegio apodaban “El Carroza”, pudiera comprender los turbulentos sentimientos que copaban su interior.
-Sin embargo -continuó-, una pelea es una falta grave y, por ello, tendrás que quedarte un día en tu casa, reflexionando sobre lo que has hecho, al igual que Mario. Llamaré a tus padres, explicándoles lo sucedido y tú les contarás lo que creas conveniente. ¿Entendido? -José asintió-. Bien, ya puedes irte.
El joven se levantó y se encaminó hacia la puerta, pero antes de salir del despacho, sintiendo que el peso en su culpa se atenuaba, se volvió y, con una sonrisa, murmuró:
-Gracias, Don Juan.
-Es mi trabajo -replicó el director por toda respuesta.
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