Emilia Carrasco.
Faltaban cinco minutos para que empezase. Lo había hecho otras veces, pero esta ocasión era especial.
El teatro se llenaba. Entre bastidores, todo el mundo andaba ajetreado, pensando si el concierto sería un éxito o no.
Giulietta recordó la leyenda sobre el canto del cisne: el último sonido que se puede percibir de un cisne que agoniza, es un leve canto, casi imperceptible pero hermoso. Eso mismo le ocurría a ella: desde que el médico descubrió que tenía un problema en las cuerdas vocales y que tendría que dejar de cantar, su vida se asemejaba a la de un cisne en peligro de muerte.
Por tanto, aquella sería su última función. Recordó cómo había descubierto su talento. Fue su profesora de música, una mujer muy sabia. Como tutora, le aconsejó empezar a dar clases para trabajar sus cualidades.
-Podrías tener un gran futuro en la música, Giulietta –solía repetirle.
-La música no es lo mío- insistía ella.
Todos los días, igual, la misma lucha, pero su madre la apuntó al Conservatorio, a pesar de las quejas de Giulietta.
Las clases de piano le resultaban muy aburridas, ya que aquel instrumento era difícil de manejar con maestría.
Un día, de camino al Conservatorio, escuchó por la calle a una señora que se puso a cantar. Se acercó a ella y, venciendo su timidez, le preguntó:
-Disculpe… ¿Podría decirme donde ha aprendido a cantar así?
-Recibo clases de canto, pequeña. Toma el número de teléfono de mi profesora, por si estás interesada. Se llama Anna.
Acto seguido, Giulietta se encontró sola en mitad de la calle.
Así empezó todo... Los miércoles, de siete a nueve de la tarde acudía a las clases de la señorita Anna, donde aprendió a “colocar la voz”, además de un precioso repertorio.
Un buen día, Anna, sorprendida de la rápida evolución de su alumna, le ofreció debutar en uno de los mejores teatros de la ciudad, el mismo donde iba a actuar por última vez.
Las cosas habían cambiado. Las luces, gastadas por el tiempo, daban un aspecto triste a la sala. Parecía que ya no existía interés por la música...
-¡Giulietta!
Volvió a la realidad. No lo había olvidado. Su marido, sus cuatro hijas y sus tres nietos estarían allí para verla y apoyarla. Sabía que necesitaba ánimos.
-Mucha suerte. abuela –dijeron Ricardo, Lucas y la pequeña Tessa, entregándole un pequeño ramo de narcisos.
Poco después, el telón comenzó a alzarse. Le reconfortaba cantar para un auditorio abarrotado. El decorado estaba listo y los cantantes preparados. Nunca hubiera creído que aquellos hermosos sonidos brotarían de su boca con tanta elegancia y energía. El público sabía que Giulietta disfrutaba sobre el escenario.
Aquella noche fue perfecta. La mejor desde hacía tiempo. Al terminar, la gente aplaudía en pie y sin cesar. Le hicieron entrega de una placa conmemorativa y de una enorme caja de bombones. Las felicitaciones se multiplicaban una y otra vez: el alcalde, el dueño del teatro, las ayudantes…, mucha gente a la que no conocía. Estaba claro; no había decepcionado al público.
Sabía que no se volvería a repetir, pero en medio de tantas alegrías, ese pensamiento se desvaneció. Ahora solo pensaba en Anna, y en lo agradecida que estaba a su empeño por hacerle volar.
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